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miércoles, 15 de abril de 2020

Los orígenes del comunismo en España. La creación del Partido Comunista Español (1920-2020)


Hoy, 15 de abril, se cumplen 100 años de la fundación del Partido Comunista Español. Para celebrarlo, y dentro de los #MiércolesDeMarxismo que organiza la FIM, Francisco Erice, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, ha dado una conferencia online con el título. "Los orígenes del comunismo en España. La creación del Partido Comunista Español (1920-2020)".
En este artículo, escrito para Mundo Obrero, nos ofrece una introducción de lo que ha  sido la conferencia de esta mañana:
Francisco Erice, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo
Hace exactamente un siglo, el 15 de abril de 1920, el Comité Nacional de las Juventudes Socialistas anunciaba por sorpresa su conversión en Partido Comunista Español, la primera expresión organizada del comunismo de nuestro país. Nacía así el que se conoció en su momento como “partido de los cien niños”, tanto por sus reducidas dimensiones como por la juventud biológica e incluso la bisoñez política de sus fundadores.
Técnicamente, la iniciativa de crear el nuevo partido podía calificarse como una especie de “golpe de mano”, al no estar previamente anunciado el debate sobre dicha decisión que, de hecho, sólo arrastró a una parte reducida de la organización (un millar de los 5.000 o 6.000 con que contaba el grupo juvenil). Además, generó más desagrado que aquiescencia entre quienes, dentro del Partido Socialista, mantenían tenazmente posiciones “terceristas” (partidarias de la Tercera Internacional), en un prolongado debate que finalmente terminaron saldando a su favor los sectores moderados y reformistas. La escisión de “los mayores” tardaría aún un año en consumarse, cuando, en el congreso de abril de 1921, los delegados discrepantes con las tesis de la dirección abandonaron sus sesiones y anunciaron la constitución del Partido Comunista Obrero Español. Aunque el PCOE surgía con una base numérica más sólida que la de sus predecesores (4.500 o 5.000 afiliados, entre los separados del PSOE y la nueva hornada juvenil que se sumó) y una implantación sindical más consistente, la actitud prepotente de los jóvenes del PC español y las diferencias políticas entre ambas organizaciones no hicieron fáciles las gestiones mediadoras de la Internacional Comunista para la unificación de ambos, que finalmente se produjo en noviembre de 1921, con la creación del definitivo Partido Comunista de España (PCE).
Los partidos comunistas surgieron, como es sabido, de una doble dinámica: el entusiasmo con la revolución de 1917 y la existencia de diferencias previas en el movimiento obrero y socialista de cada país, que el surco profundo abierto con el Octubre ruso convirtió en definitivas. El descontento de los sectores más combativos del socialismo por la moderación, el reformismo y el “parlamentarismo” de las direcciones políticas y sindicales del movimiento comenzará a transformarse en ruptura franca cuando, en 1914, al estallar la Primera Guerra mundial, se produzca el pacto con los respectivos gobiernos (la “unión sagrada”) de cada partido, el apoyo a las políticas belicistas de las respectivas burguesías y el abandono del principio internacionalista. Rosa Luxemburgo ironizaba sobre la posición de los socialistas mayoritarios de entonces, quienes -decía- reformulaban de manera peculiar el viejo principio internacionalista: “¡proletarios de todos los países, uníos en tiempos de paz y degollaos mutuamente en tiempo de guerra!”.
España, como es sabido, no participó en la Gran Guerra, pero había otras diferencias anteriores que se fueron ahondando: las discrepancias sobre la conjunción electoral con los republicanos, el rechazo radical a la guerra frente a la aliadofilia (simpatía por Francia y Gran Bretaña frente a Alemania) defendido por la dirección socialista, o las discrepancias sobre estrategias y tácticas sindicales en un momento de agudización (desde 1916-1917) de las luchas sociales. El desarrollo del movimiento sindical español y la combatividad obrera de esos años (sobre todo en el denominado “trienio bolchevique”, 1918-1920) tenían, pues, raíces autóctonas, aunque el entusiasmo y las esperanzas abiertas por el triunfo bolchevique favorecieran la radicalización, ofreciendo el horizonte de esperanzas que suponía, por vez primera, el espectáculo de la primera revolución victoriosa de los trabajadores.
Este proceso resultó especialmente perceptible, como sucedió en otros lugares, entre los sectores juveniles españoles, quienes nutrieron una parte importante de los efectivos de grupos y periódicos “terceristas” que, sobre todo a partir de la creación de la Internacional Comunista, fueron surgiendo por todo el país. Simpatía que se extendió también a núcleos crecientes de lo que era entonces la mayor organización obrera del país, la anarcosindicalista CNT. El papel de las Juventudes Socialistas, de colectivos como el Grupo de Estudiantes Socialistas de Madrid o de la revista de la organización juvenil Renovación fue, dentro de este sector, fundamental. Como lo fueron también, en un ámbito regional importante, las Juventudes Socialistas de Asturias, que ya a comienzos de 1919 reclamaban “un programa completo para la instauración de la República comunista”, rechazando cualquier política de reformas y de colaboración con partidos burgueses. En diciembre de 1919, la Federación de Juventudes Socialistas de España votaba mayoritariamente por la adhesión incondicional a la Internacional Comunista, eligiendo una dirección proclive a dicha postura; la misma que, meses más tarde, daría el salto al nuevo partido.
Con todo, el surgimiento del PC español parece relativamente temprano, dentro de la eclosión de un movimiento que precisaba, para configurarse, disputar en cada país, a brazo partido, el apoyo de los trabajadores para una causa azarosa y plagada de sacrificios, a unas organizaciones socialistas que, pese a lo que pensaran sus críticos más radicales, mantuvieron o lograron recomponer, tras la guerra, fuertes elementos de solidez orgánica y sólidos anclajes sociales. Por poner solo los ejemplos de los partidos comunistas más fuertes de nuestro entorno, el francés se fundó en diciembre de 1920 y el italiano en enero de 1921; el Partido Comunista Alemán surgió muy tempranamente, en diciembre de 1918, pero era un grupo pequeño que además sufrió pronto escisiones y deserciones, y que no se convirtió en una organización sólida y de masas hasta que, en octubre de 1920, se incorporaran a él unos 300.000 militantes procedentes del Partido Socialdemócrata Independiente.
Asimismo, por seguir en el contexto internacional, el nacimiento del PC español llegaba un año después del congreso fundacional de la Internacional Comunista (marzo de 1919), pero meses antes de su segundo congreso (julio de 1920), el que realmente dio consistencia a la nueva organización y aprobó, entre otras cosas, las restrictivas “21 condiciones” para admitir en su seno a los distintos partidos nacionales. Los jóvenes socialistas españoles, rebautizados como comunistas en abril de 1920, sabían ya que la vieja Internacional Socialista acababa de iniciar su recomposición sobre bases muy derechizadas (culminada después, en el congreso de Berna, en diciembre de 1920), y pudo ver cómo, en los meses siguientes, los sectores denominados “centristas” jugaban a evitar la fragmentación del movimiento impulsando la que luego sería conocida como Unión de Viena (febrero de 1921) o “Internacional dos y media”, tal como humorísticamente la llamaron algunos; una estructura alternativa pronto incapaz de nadar entre dos aguas y finalmente absorbida por la Internacional Socialista. En todo caso, desde el verano de 1920, las perspectivas de una revolución europea inminente prácticamente se esfumaban, y se iniciaba un progresivo retroceso, especialmente perceptible a partir de 1921.
Ciertamente, la escisión juvenil que condujo al primer partido comunista español podía parecer incluso que comprometía la tarea paciente de sus compañeros más veteranos, que pugnaban por atraer a las filas del naciente comunismo a la mayoría de la militancia socialista. El tiempo demostró, no obstante, que esta táctica prudente tampoco consiguió sus objetivos, frente a la capacidad del aparato burocrático y la dirección de la organización para ir erosionado las mayorías “terceristas” de las bases; hecho que facilitaron, dicho sea de paso, las posiciones un tanto rígidas de la Internacional Comunista, que ofrecían un flanco favorable a las críticas de quienes, admitiendo la necesidad de un giro revolucionario en la práctica, seguían siendo sensibles a las tradiciones y el deseo de independencia del socialismo español.
A lo que no llegaba precisamente antes de tiempo este primer PC era a la lucha política y social. Por el contrario, el nacimiento del comunismo español contó, como primer factor negativo, con el reflujo de un movimiento obrero que acompañó a sus primeros años, los que preceden a la Dictadura de Primo de Rivera, reduciendo la receptividad a sus mensajes radicales. El segundo factor negativo con el que tuvo que lidiar era la fuerte influencia de las culturas y tradiciones socialista y anarcosindicalista en el movimiento obrero español. A la consabida fidelidad a las siglas históricas que suele caracterizar a las organizaciones de clase, en España se sumaban un socialismo (PSOE-UGT) que no había sufrido el desprestigio por el “colaboracionismo” de la guerra de otros países, y una organización revolucionaria (CNT) capaz de encauzar el sentimiento de los grupos más combativos, dejando poco espacio para la nueva alternativa. El primer PC español, escaso de efectivos y con más entusiasmo que solidez teórica, hizo un gran esfuerzo de implantación y publicó un periódico propio (El Comunista), más doctrinario que vinculado a las luchas sociales, pero adolecía sobremanera de ese izquierdismo que Lenin calificaba de “enfermedad infantil” del comunismo, en su célebre folleto hecho público unos meses después. Esta radicalización sectaria, que se mantuvo incluso en los primeros años del futuro partido unificado, era reconocida posteriormente por Dolores Ibárruri en sus memorias: cuando Lenin escribió su folleto -afirmaba Pasionaria- “parecía que nos tenía a nosotros delante”, pues la capacidad de sacrificio y la abnegación militante coexistían en el partido con un dogmatismo que alejaba a los nuevos comunistas de las masas, “reduciendo su influencia a los grupos más combativos de la clase obrera, mientras que el grueso de ésta continuaba bajo la influencia socialista y anarquista”. Por eso el PCE sería uno de los partidos comunistas más renuentes a la aplicación de la táctica del frente único, puesta en marcha por inspiración de Lenin en 1921 y tendente a colmatar la fosa abierta con los socialistas, en aras de una colaboración práctica, en momentos de reflujo revolucionario.
La Historia oficial del PCE publicada en 1960 afirmaba taxativamente que la fundación del nuevo partido respondía a “una necesidad histórica de la sociedad española y, en primer término, del movimiento obrero, al alcanzar un determinado grado de su desarrollo”. Hoy, de vuelta ya de teleologías y determinismos históricos, pocos defenderán una formulación de este tipo. Pero el nuevo movimiento comunista, incluso en los lugares donde (como en España) nacía más débil, distaba también de ser una mera ocurrencia de grupos minoritarios. De hecho, entre otras cosas, contribuyó a evitar la dispersión de los sectores radicales del movimiento obrero renuentes al heroico pero simplista voluntarismo anarquista, preservo tradiciones radicales que no eran siempre reflejo directo del Octubre ruso, sino genuinas de cada país, y mantuvo el marco organizativo y la referencia histórica de una corriente que finalmente, en el contexto del antifascismo de la década de 1930, alcanzaría su mayoría de edad. El PCE maduro del Frente popular y la Guerra civil supuso casi una refundación, pero las bases, aspiraciones y compromisos militantes del primer PCE fueron su insoslayable punto de partida.

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