Manu Pineda/Mundo Obrero
El Consejo
de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea volvió a cerrarse sin un
acuerdo claro que ponga las bases para evitar los graves perjuicios sociales y
económicos que ya está dejando ver la pandemia del coronavirus. Una vez más, y
es la cuarta desde que comenzó esta crisis, Alemania y Holanda nos enseñaron
que el único concepto de solidaridad que entienden es uno en el que solo salen
ganando ellos. Lo peor de todo es que se pactó no pactar más que lo que
llevamos esperando semanas: una respuesta conjunta.
Y se le
encargó a la Comisión Europea que ponga el nombre, cuánto dinero vamos a
necesitar y las reglas del juego. Unas reglas que está cada vez más claro que
quedan muy lejos de la propuesta del gobierno de España de establecer un
programa de 1,5 billones de euros, prácticamente a fondo perdido, para que
países como el nuestro puedan hacer frente en las mejores condiciones a la gran
recesión que todos los organismos internacionales están pronosticando.
Así pues,
hasta mayo no sabremos en qué consiste. Pero no habrá -o al menos no será
total- lo que se ha denominado mutualización de la deuda. Es decir, que todos
los países paguen la reconstrucción de los otros, sin importar el dinero que
hayan aportado a ese fondo. Es lo menos que se podía esperar de una Unión que
dice defender los derechos humanos y unos valores que parecen ser mejores a los
del resto del mundo.
Un club dirigido por Alemania
La
inexistente generosidad y la falta de agilidad para responder a la emergencia,
está mostrando muy a las claras que la Unión Europea no es una unión de los
pueblos de Europa. La UE, tal y como está concebida, y lo hemos denunciado
siempre, es un club en el que la mayoría de sus miembros han cedido soberanía
para ponerla al servicio de los intereses de las grandes multinacionales y la
banca. Un club dirigido por Alemania, que marca el ritmo económico gracias a
una capacidad industrial construida sobre las cenizas del tejido productivo de
los países del Sur. Y en el que Holanda se enriquece gracias a aplicar unas normas
que se asemejan a las de un paraíso fiscal. Mientras, los Estados de la
periferia, como España, Italia o Grecia, son condenados a malvivir del sector
servicios, convirtiéndose así en los más vulnerables a cualquier crisis.
España, que
es consciente de lo que se juega, llevaba una propuesta coherente y bien
construida en torno a esa idea de solidaridad y de unión de pueblos. Con una
cifra concreta, 1,5 billones de euros, y un funcionamiento que permitiría que
no paguemos el pato los de siempre: repartir los fondos en función de las
necesidades de las economías de cada país y que la deuda la asumamos entre
todas y todos los miembros de la UE.
No es
necesario insistir en las consecuencias que tuvo la línea austericida que, con
Alemania al frente, se impuso a nuestros países tras la crisis financiera de
2008. Esta vez quizá sea más suave y los hombres de negro se transformen en
hombres de gris que vengan a ver las cuentas de nuestro gobierno y se vayan con
un informe para Bruselas. Pero corremos el riesgo de que esos mismos
mandatarios no hayan aprendido nada y nos impongan nuevos recortes en los
servicios públicos.
La
solidaridad, hasta ahora, nos ha llegado a algunos desde fuera. China, Rusia y
Cuba tuvieron que acudir al rescate de Italia mientras Alemania miraba hacia
otro lado. Los dirigentes de la Unión Europea deberían ser capaces de entender
que, mientras esos países envían médicos y ayuda sanitaria y económica, la
Unión Europea se ahoga en la insolidaridad, en peleas entre Estados y
miserables imposiciones a los países más desfavorecidos y a la población con
menos recursos. Mientras Estados Unidos y la OTAN envían soldados y recurren a
sanciones económicas e imposiciones políticas.
En la Europa
que anhelamos no cabe el egoísmo. Sus dirigentes y sus organismos deberían ser
conscientes de las consecuencias, probablemente irreparables, que tendrá para
la población del continente recurrir a las mismas fórmulas de ayer. Tendrían
que evitar recrearse de nuevo en el fracaso, renunciar a imponer la pobreza y
la asfixia a millones de europeos. Deberían reflexionar sobre el alarmante
futuro que quieren reservar a buena parte de los países de la Unión.
Manu Pineda, eurodiputado de UP-IU y
Secretario de Política Internacional del PCE
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