Eduardo J. del
Rosal
El años anteriores aniversarios
del “Octubre” ruso, desde Comunistas de Málaga, señalábamos como se saldaba el
siglo XX con la extensión e imperio del orden/desorden neoliberal y tras una
más que traumática derrota política y cultural del movimiento obrero y de las
izquierdas en todas sus variantes. Proponíamos en esos momentos de crisis e
incertidumbres a Vladimir Ilich Lenin, no como fuente de recetas para superar
ese presente, ni tampoco como un agitador de sueños sin fronteras, es decir
como un utópico, sino como, señalaba Gramsci, como el “hombre de pensamiento y
de acción” que se rebelaba contra un devenir histórico injusto y que ponía toda
su voluntad y su vida al servicio de la necesaria emancipación humana.
Pero parecía que esta
situación estaba cambiando drásticamente en 2008 con la crisis financiera, las
economías centrales del orden neoliberal se desplomaban como una baraja de
naipes, en una de sus mayores crisis sistémicas. Todos los comentaristas,
incluidos los defensores del propio “orden”, señalaban las serias dificultades
que existían para buscar una “lampedusiana” salida, que todo cambiara para que todo
siguiera igual. La yuxtaposición de las crisis, es decir la derivada por la
crisis energética, la ecológica, la alimentaria, la financiera,..., que se había
extendido a todos y cada uno de los sectores productivos había llevado a la
quiebra a bancos, industrias, compañías aéreas, etc., que hacían ver que los
más acérrimos enemigos del Estado y de la intervención pública en la economía
estaban pidiendo o llevando a cabo “nacionalizaciones”, lo que dejaba traslucir
la envergadura de los acontecimientos y de los que se podían suceder en el
futuro. Esto hizo que el FMI, la UE, los gobiernos “occidentales” en general escenificaran
reuniones, normalmente estériles, para representar su laboriosidad y capacidad
de “control” de la situación en busca de una supuesta “confianza” mundial que
como ungüento milagroso lo arreglará todo, a favor de los de siempre.
Hoy la crisis
económica lejos de tener visos de desaparecer se ha instalado para quedarse y
ha sido y sigue siendo la justificación útil y necesaria para dar un golpe
certero a las conquistas sociales y laborales del llamado “estado del
bienestar” y de camino a las únicas bases de resistencia que el movimiento
obrero dispone, es decir los sindicatos. Como defienden los ultraliberales “Chicos
de Chicago”, el desastre se está convirtiendo en una oportunidad para el
beneficio de unos pocos, especialmente los principales inductores y
responsables de la crisis.
Las políticas de
“ajuste” sobre las clases trabajadoras de los gobiernos neoliberales, ya sean
conservadores o socialdemócratas, se han impuesto a pesar de las incipientes
resistencias en países como Grecia, Francia, Portugal y en España. Los
salarios, los derechos laborales, las pensiones, la calidad de la enseñanza y
la sanidad, la gestión de lo público, etc., han sido y son el objetivo nuclear
de la ofensiva capitalista con las clases trabajadoras y los pueblos.
Estamos en tiempos
de cambios, no hay dudas de ello, pero las izquierdas siguen ensimismadas y no
han dispuesto de capacidades de articular respuestas colectivas, de construir
alternativas globales que aglutinen a la mayoría de los pueblos del mundo para
construir una salida democrática y justa a favor de los pueblos y trabajadores.
Ello evidencia aún más la profundidad de la derrota política, social, cultural
e ideológica sufrida por el movimiento obrero y sus organizaciones políticas y
sociales en el pasado siglo.
A este estado de
cosas se podría haber reaccionado con generosidad y firmeza, entre todas
aquellas organizaciones políticas y sociales, o personas a título individual,
que se reclaman del acervo político y cultural de las izquierdas, para en pie
de igualdad, sin que nadie renuncie a su ideología y programa propio a
contribuir a forjar un espacio de construcción de la alternativa de carácter
anticapitalista, ecologista y feminista. No ha sido así, han predominado los
modelos de gestión de “las ilusiones”, las supuestas revoluciones desde “los
lenguajes” y las diferencias nacionales, así como el sectarismo más estrecho y
ramplón, en otros la perplejidad intelectual les ha llevado a desnaturalizar su
propia identidad.
El PCE, desde sus
modestas fuerzas, señaló la movilización y la unidad popular como los instrumentos
indispensables que podrían ser la base para articular primero una fuerza de
resistencia al capital y posteriormente un espacio de construcción de la Alternativa.
Esta idea fácil de entender y difícil de practicar, sin embargo ha llegado a
ser malinterpretada y a veces convertida en un galimatías difícil de entender e
imposible de poner en práctica por quienes somos los llamados a hacerla realidad.
Los comunistas
siempre han estado ahí donde la historia y el combate les ha requerido y no
dudo, a pesar de errores y desaciertos notables, que estaremos donde sea
necesario, nuestro ADN nos lo impone y nuestra moral nos lo exige.
La revolución rusa que,
en estos días, cumple su 98 aniversario puede ser un episodio de la historia
del movimiento obrero que nos ilumine en la oscuridad de los tiempos que
vivimos. Hambre, miseria, paro, muerte, guerra, son los ingredientes de la
época, no son nada nuevos para la
Humanidad, pero si el momento que se vive. Todo puede
empeorar para los más débiles, y debemos estar preparados. La Revolución es la
respuesta, no sabemos como será, si caeremos en los mismos errores que nos han
llevado a las derrotas, pero siempre merece la pena intentarlo.
Seamos como decía
el viejo Lenin a un estudiante nórdico, cuando estaba en el exilio, “seamos tan
radicales como la realidad misma” y nada más radical que el ejemplo de una
revolución como la soviética que liquidó el poder burgués y estableció un poder
alternativo compuesto de obreros y de campesinos. Una revolución que contenía
enseñanzas que el joven Gramsci supo intuir desde un primer momento, que siempre
merecía la pena hacer la revolución aunque fuera en contra de lo que
previamente hemos teorizado que fuera. Es por eso que nuevamente publicamos
este escrito del comunista italiano, fundador del PCI y notable pensador
marxista, con una visión propia del leninismo frente a las que dominaron y que
se perpetuaron posteriormente. El título ya es sugerente y provocador, su interés
a pesar de lo escueto del mismo es notable ya que pone sobre la mesa cuestiones
como la fidelidad a los dogmas, la acción en una coyuntura concreta, la
importancia de lo subjetivo en la revolución así como su inserción en una
estructura determinada, la importancia de la organización,...
Nuestro querido
camarada Marcelino Camacho en una visita que hizo a Málaga junto a su compañera
Josefina, cuando iniciábamos el camino de construcción de Izquierda Unida, en
una entrevista que le hicimos para el periódico del Comité Provincial del PCA,
“La Alternativa”,
nos daba una enseñanza que bebía en lo mejor de Gramsci y Lenin y que siempre
he tenido como referencia y antídoto frente a infantilismos estériles. Nos
decía que en política de masas debíamos ir siempre por delante de los trabajadores
y trabajadoras, pero tan solo un poco para poder ir tirando de ellas hacia
posiciones transformadoras, porque si te distanciabas mucho de lo que perciben,
comprenden y desean, irremediablemente el contacto con ellas se habrá roto y no
dispondrás de posibilidad de influir en los acontecimientos, además de haber
entregado al enemigo de clase esa influencia.
La historia de la Revolución soviética no
se ha cerrado, ni se cerrará próximamente porque en sus hijos, entre ellos el
PCE y todos aquellos que siguen en la lucha contra el capital, sigue existiendo
en sus conciencias y voluntades de futuro.
Mientras tanto, la
historia continúa.
LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL
Antonio Gramsci
La Revolución de los bolcheviques se ha insertado definitivamente en la Revolución general del
pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses habían sido el fermento
necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha
hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de -reajuste que habría sido un aposentamiento
burgués-, se han hecho dueños del poder, han establecido su dictadura y están
elaborando las formas socialistas en las que la Revolución tendrá
finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose armónicamente, sin
choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya
conseguidas.
La Revolución de los bolcheviques se compone más de ideología que de hechos. (Por
eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la Revolución contra El
Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los
burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la
necesidad ineluctable de que en Rusia se formara una burguesía, se iniciara una
Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de
que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus
reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las
ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la Historia de Rusia hubiera
debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los
bolcheviques reniegan de Carlos Marx, al afirmar con el testimonio de la acción
desarrollada, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo
histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.
Y, sin embargo,
también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques
reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su
pensamiento inmanente, vivificador. No son “marxistas”, y eso es todo; no han
compilado sobre las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones
dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere,
que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado
en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento nunca
sitúa como máximo factor de historia los hechos económicos en bruto, sino
siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan
unos a otros, que se comprenden, que desarrollan a través de esos contactos
(cultura) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos,
los juzgan y los adaptan a su voluntad, hasta que esta deviene en el motor de la
economía, en plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere
carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la
voluntad desee, y como la voluntad lo desee.
Marx ha previsto lo
previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever
la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta
guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la
voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita
normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una
larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan
organizarse, primero exteriormente, en corporaciones y ligas; después,
íntimamente, en el pensamiento, en las voluntades... de una incesante
continuidad y múltiple de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los
cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la aprehenden y
la hacen evidente y distinta. Normalmente las dos clases del mundo capitalista
crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El
proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y
presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha,
obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil
la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se
trata de una apresurada carrera hacia el perfeccionamiento que acelera el ritmo
de la producción e incrementa constantemente la suma de los bienes que servirán
a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo
de los que se quedan, y la masa se halla siempre agitada, y va pasando de
caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez más
consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la
responsabilidad social, de convertirse en árbitro de sus propios destinos.
Eso ocurre
normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la
historia se desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de
significados y de valor, pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia, la
guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos
acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía
era acuciante, el hambre, la muerte por inanición podía golpearles a todos,
aniquilar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han
puesto al unísono, al principio mecánicamente y activamente, espiritualmente,
tras la primera revolución [1].
Las prédicas
socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los
demás proletariados. La predicación socialista hace vivir en un instante
dramáticamente, la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo,
la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente
de los vínculos de servilismo que le hacían algo abyecto, para convertirse así
en conciencia nueva, en testimonio actual de un mundo futuro. La predicación
socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar
ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se
forme una burguesía, que se suscitara la lucha de clases para que nazca la
conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo
capitalista? El pueblo ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el
pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría. Ha superado esas
experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las
experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al
nivel de producción del mundo occidental. América del Norte está, en el sentido
capitalista, más adelantada que Inglaterra, porque en América del Norte los
anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que Inglaterra había
llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido
socialista, empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha
llegado la Inglaterra
de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección
alcanzada ya por otros y de esa perfección recibirá el impulso para alcanzar la
madurez económica que según Marx es condición necesaria del colectivismo. Los
revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la
realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que
habría empleado el capitalismo.
Las críticas que
los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las
imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para
hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer en aquellas
deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento.
Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento habrían sido heredadas por
un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente en Rusia
más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos, porque
tendría en seguida en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz
de soportar durante más años los dolores y las amarguras que el malestar
económico acarrea. Incluso desde un punto de vista humano absoluto, el
socialismo tiene en Rusia su
justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables
si los proletarios sienten que está en su voluntad, en su tenacidad en el
trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.
Se tiene la
impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión
espontánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el
abismo, para que absorbiéndose en el trabajo gigantesco y autónomo de su propia
regeneración, pueda sentir con menos crueldad los estímulos del lobo hambriento,
para que Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se
desgarren unas a otras.
1.Se refiere a la revolución
democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
(*) Aparecido en
Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il
Grido del Popolo el 5 de enero de 1918
Esta Edición en
Marxists Internet Archive/ Antología de Antonio Gramsci de Manuel Sacristán.
Siglo XXI ed. (1977)
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