“Hoy el ámbito electoral se disputa
en el terreno mediático, algunos partidos creen que la victoria la encuentran
adecuando discursos y mensajes a la captura del voto que se sitúa en el centro”
Pascual Serrano
Mundo Obrero
Para
quienes acusan a Izquierda Unida de representar formas antiguas de política,
fetichismo de siglas y liderazgos añejos, Alberto Garzón es la figura que con
más evidencia les desmiente. Tiene treinta años, apoyó el sistema de primarias
para elegir candidatos y luchó con uñas y dientes para unir a la izquierda en
una propuesta electoral común por encima de siglas. Su candidatura a la
presidencia con el apoyo del 96% de los votos en las elecciones primarias de la
plataforma Unidad Popular, ha mostrado que ni IU tenía como objetivo imponerse
a otros colectivos de izquierda, ni que Garzón quería disolver la coalición
dentro de Podemos.
Pero
que un brillante y joven economista, injertado de orígenes y principios
comunistas (miembro del PCE) y movimientos sociales novedosos (ATTAC), haya
sido aupado a la apuesta de Izquierda Unida para la presidencia, ha sido
gracias a la generosidad de una dirección y de un coordinador, Cayo Lara, que
demostró saber estar al servicio de un proyecto colectivo y no de una ambición
personal.
Mundo
Obrero ha querido, una vez más, escuchar sus palabras y para ello le
preguntamos sin las habituales intermediaciones de periodistas televisivos ni
programas de tertulias.
Mundo Obrero:
Te he oído en varias ocasiones considerar estas elecciones de una importancia
mayor de lo habitual. ¿Cuál es esa excepcionalidad en tu opinión?
Alberto Garzón:
La excepcionalidad reside en que estamos inmersos en una grave crisis económica
que ha afectado al ámbito institucional, lo que quiere decir que estamos en lo
que Gramsci llamaba crisis orgánica y que nosotros hemos llamado crisis de
régimen. Esto significa que se está cuestionando, desde diferentes espacios, el
orden jurídico-político de nuestra comunidad política y particularmente la
Constitución de 1978. Por un lado, el capital considera que las garantías
positivas de ese orden –particularmente el Derecho del Trabajo y su concreción
en el Estatuto de los Trabajadores- es un obstáculo para incrementar la
rentabilidad económica y salir de la crisis. Por otro lado, las clases
populares manifiestan la indignación porque ese orden social no sólo no protege
frente a la crisis sino que a menudo contribuye a empeorar las condiciones
vitales, incluso a pesar del redactado formal de la Constitución y de
determinadas leyes. Entonces, estamos al borde de una revisión total del orden
jurídico-político o, lo que es lo mismo, del final de un proceso constituyente
y, concretamente, de una nueva constitución. Si ese proceso lo dirige la
oligarquía, como parece dadas las encuestas, se definirá un orden jurídico-político
pero también social para las próximas décadas. La alternativa es que esa
revisión total se haga desde abajo, desde las clases populares. Eso es lo que
está en juego en el ciclo electoral completo.
M.O.:
Sin duda, un fenómeno nuevo en estas elecciones es la presencia de nuevos
partidos que evitan posicionarse en la coordenada izquierda-derecha y cuyo
desarrollo ha ido muy ligado a su presencia en los medios. ¿Qué dirías de esto?
A.G.:
Hay dos cosas que son ciertas. La primera, que el eje izquierda-derecha había
sido reducido al eje PSOE-PP durante el dominio del bipartidismo, lo que
contaminaba las etiquetas. La segunda, que izquierda es un significante cuya
importancia estriba en el significado, es decir, en el proyecto político que
hay detrás. Yo no tengo inconveniente en cambiar de significante –por ejemplo,
hablando de abajo, clase trabajadora, 99% o cualquier otra noción que
comunicativamente esquive la identificación con el PSOE- si se mantiene el
significado, es decir, el proyecto político. El problema viene cuando se vacía
el significante, siguiendo tesis del posmodernismo laclauniano, y cuando una
vez vacío se llena de significados que corresponden a otros proyectos políticos
claramente más a la derecha. Por otra parte, la presencia en los medios de
estos partidos es el trampolín que necesitan para tener vida en el tiempo, pues
no son organizaciones clásicas –con objetivo de convertirse en verdaderas
instituciones sociales alternativas al Estado- sino que son simples maquinarias
electorales. Y hoy el ámbito electoral se está disputando en el terreno
mediático. Así que tenemos partidos cuyo enfoque es fundamentalmente electoral
y por lo tanto adecúan discursos y mensajes tendiendo a la captura del voto que
se sitúa en el centro, trabajando con la hipótesis de que allí se encuentra la
posibilidad de victoria.
M.O.:
Se intentó, pero no pudo ser. Es evidente que me refiero a una candidatura de
izquierda que aglutinara a varios partidos que al final irán por separado.
Parece que el clamor ciudadano de unidad de la izquierda, una vez más, no se va
a producir. Se repite la famosa escena de La vida de Brian. ¿Qué piensas al
respecto?
A.G.:
Que es un drama para la sociedad, puesto que la decisión de Podemos de
cortocircuitar las posibilidades de colaboración facilita la victoria del
bipartidismo –como noción conceptual, esto es, como políticas neoliberales y
que por lo tanto puede ser un proyecto de dos o de tres. Creo que la decisión
de Podemos tiene que ver con su enfoque político, que yo impugno. Y es que, aparte
de las diferencias de contenidos, que son mayores en tanto ellos más se han
trasladado hacia cierta “centralidad”, hay una esencial que pasa desapercibida
demasiadas veces. Y es la de la tradición política. Yo pertenezco a una
tradición política marxista y republicana, por lo tanto heredera de la
Ilustración y materialista en su concepción filosófica. Considero, en
consecuencia, que hay que prestar especial atención a las condiciones
materiales de vida de la gente y, particularmente, al desarrollo del
capitalismo y de las relaciones de clase en su seno. Eso como premisa para
entender tanto el dónde nos encontramos como el qué hacer. Por eso mi enfoque
no es de ciclo electoral sino de ciclo económico. Por el contrario, en Podemos
se percibe cierta predominancia de una tradición política posmoderna,
concretamente laclauniana, y un enfoque fundamentalmente desconectado de lo
económico. Hay un excesivo, a mi juicio, análisis sociológico y politólogo que
no hunde sus fundamentos en lo económico. Por eso su enfoque es electoral y no
económico.
Esto
anterior, que puede parecer una disquisición teórica, tiene importantísimas
implicaciones reales. Si uno ignora, o desatiende, el análisis del sistema
económico en el que vivimos, tiende a caer en lo que llamaríamos la quimera
reformista, es decir, el planteamiento según el cual la gestión institucional
del capitalismo es la máxima aspiración. Además, todo se hace girar en torno a
la maximización de resultados electorales, como hemos dicho antes.
M.O.:
Ha habido voces fuera y dentro de IU que consideraban que tu insistencia en un
acuerdo con Podemos era una claudicación, y que tu acción estaba al servicio de
Podemos y acercaba a IU al hundimiento. ¿Qué consideras?
A.G.:
Otra versión del mismo fenómeno que le ocurre a Podemos: su orientación
meramente electoral, la quimera reformista de la transformación de la sociedad
únicamente por la vía de las instituciones. Y es que en un escenario donde la
política se ha mercantilizado, y donde hasta las metáforas son mercantiles
–OPA, fusión, compra-venta, marca…- hay quien más que dirigente político se
cree director ejecutivo de una empresa. Y claro, pensando así es normal que se
termine enfocando todo desde el punto de vista corporativo que tiene como
objetivo el preservar el espacio de mercado. Y lo último que se hace desde esa
visión, desgraciadamente, es pensar políticamente, esto es, en términos de
sociedad, país, generaciones o, sencillamente, de ciclo económico.
M.O.:
Finalmente, la candidatura en la que se integra Izquierda Unida será la
denominada Unidad Popular, contigo como candidato a la Presidencia. Muchos se
preguntan por qué, ante la ausencia de otros partidos con los que se intentó la
unidad, IU no se presenta como siempre, con sus propias siglas. ¿En qué se diferencia
Izquierda Unida de Unidad Popular?
A.G.: Unidad
Popular, antes llamado Ahoraencomún, no es un partido político sino un
instrumento de confluencia que permite, a través de mecanismos participativos y
abiertos, definir los ejes programáticos y las candidaturas que se presentan a
las elecciones. En ese sentido, habiendo aprobado que la forma jurídica de
presentarse a las elecciones es la de coalición electoral, al final Izquierda
Unida y el resto de partidos aparecerán a la vista del público prácticamente
como siempre. La diferencia más notable es que efectivamente no iremos solos a
las elecciones y que los mecanismos de elección han sido distintos a los
clásicos de mesa camilla y acuerdos en espacios reducidos.
M.O.:
IU se ha encontrado históricamente con un vacío en los medios de comunicación a
la hora de reflejar sus propuestas. ¿Cómo ves la situación actual y cómo te
planteas afrontarla?
A.G.:
Sin duda enfrentamos unas elecciones muy distintas a las anteriores. Tanto por
los fenómenos políticos ocurridos en los últimos años como por la naturaleza
cambiante en el tratamiento de la información política. Hace cuatro años no
había tertulias todos los sábados en prime time en el que los protagonistas
políticos discutían sobre la actualidad política. Sin duda existe el sesgo
político de las cadenas –condicionado ese sesgo por la estructura de propiedad
de la empresa de comunicación en cuestión- pero también existe el sesgo de la
audiencia, lo que abre una vía para una política espectacular –que atraiga al
gran público, en definitiva. El verdadero reto está en conseguir estar en esos
espacios sin perder el rigor y la solvencia. Yo me lo tomo con optimismo porque
hasta el momento he podido comprobar que hay cierto nicho de mercado –volvemos
a metáforas economicistas- en una política que no se hace desde el vientre y el
populismo sino desde la solvencia y la pedagogía. Veremos si lo logramos
finalmente.
M.O.:
Lo que es verdad es que a pesar de la crisis, la movilización ciudadana, la
indignación, etc. Izquierda Unida no ha capitalizado toda esa rabia con más
apoyo. ¿A qué se ha debido?
A.G.:
Es verdad que una crisis provoca la frustración de la gente y que la mayoría
social busca referentes políticos y relatos alternativos que den sentido al
momento histórico que atraviesan. Pero a diferencia de otros partidos, yo niego
que tengamos que adaptar nuestro discurso al “sentido común”. Creo que debemos
trabajar para que nuestro discurso sea el “sentido común” de la gente. No es lo
mismo. Se trata de convencer, de hacer pedagogía, de convertir nuestro actualmente
marginal sentido común en el sentido común de la sociedad. O, dicho en términos
clásicos, hacer que nuestra ideología, la ideología de las clases oprimidas,
sea la ideología dominante. Eso es con precisión a lo que Gramsci se refería
con el concepto de hegemonía.
Y
para conseguirlo, necesitamos aprovechar los momentos en los que el capitalismo
entra en crisis porque es entonces cuando los relatos culturales dominantes
entran también en crisis. Es entonces cuando es posible convencer a la gente de
que las creencias antiguas –el viejo sentido común- debe ser sustituido por
nuevas creencias –nuestro sentido común. Es entonces además cuando nuestra
capacidad pedagógica tiene mayor potencial. ¿Acaso alguien piensa que las tesis
mantenidas por IU en 1996 tenían entonces la misma capacidad de atracción que
ahora? Yo he defendido, en el año 2006 sin ir más lejos, nuestra propuesta de
ley antidesahucios, alquileres públicos o reforma de la ley electoral como
quien predica en el desierto. Antes, por el ciclo económico, era muy difícil.
La crisis de régimen, en términos gramscianos crisis orgánica, abrió la
oportunidad para disputarle el sentido común a la clase dominante.
Quizás
faltó ambición en su momento, o capacidad de leer el cambiante momento
histórico –y particularmente los estilos cambiantes de la política-espectáculo,
pero hay que entender la contextualización para comprender que lo que hizo IU
por lo general lo hizo bien. En todo caso fue lo que no hizo.
M.O.:
¿Y qué es eso que no hizo?
A.G.:
Entender que nuestra economía y nuestra sociedad había entrado en un momento de
cambio histórico, con una ruptura generacional y con la transición clara desde
un régimen de acumulación fordista hacia uno predominantemente posfordista. Eso
tiene efectos sobre la concepción del mundo de la gente, y la crisis ha roto
los viejos relatos políticos –incluidos los relatos sobre el 78-. La gente
necesitaba nuevos relatos de vida para el futuro, porque se había producido una
brecha política. Sin embargo, IU actuó aparentemente como si nada de esto
hubiera pasado. Y la organización, que había sido históricamente vanguardia, se
hizo más conservadora que la propia calle.
M.O.:
Vivimos tiempos en los que parece que lo valioso es ser joven, no tener
historia, ni trayectoria, “no tener mochila”. ¿Qué piensas de la “mochila” de
IU y del PCE?
A.G.:
Me parece que es evidente que los derechos de hoy –como el Estado Social y
todos sus componentes- son el resultado no del azar ni de las concesiones
amables de la oligarquía sino de la lucha social y política de las clases
populares y, muy particularmente, del movimiento obrero. Esa es parte de la
mochila que cargamos, por supuesto. ¡Pero con orgullo! Es el hilo rojo de la
historia, el que nos conecta con la tradición republicana de Robespierre, la
comuna de París, la revolución de 1917, las repúblicas españolas, la lucha
antifranquista, las luchas contra la colonización y por los derechos de las
minorías… Otra cosa es que entendamos que, dadas las orientaciones
intelectuales de quienes nos acusan de tener mochila sepamos que, en realidad,
se están refiriendo al elemento comunicativo y, más concretamente, a lo poco
atractivo que son nuestras siglas. Han de saber estas personas que ese es el
resultado de los ataques que hemos sufrido desde todos los flancos por parte de
la oligarquía, y que sin duda nadie puede pretender ser limpio y pulcro si se
enfrenta a la oligarquía y esta tiene capacidad mediática suficiente.
M.O.:
¿Cuál es tu valoración del desarrollo de las primarias de Ahora en Común?
A.G.:
He sido y soy contrario a las primarias abiertas en su forma canónica. Primero,
porque si no hay un buen diseño creo que puede ser objeto de fraude. Segundo,
porque creo en la configuración de una suerte de vanguardia ideológica que se
dedique a convencer a la gente y no a adaptarse –y adaptar sus candidaturas- al
sentido común dominante. En todo caso, es un debate más complejo. Y en este
caso creo que lo hemos resuelto suficientemente bien. En primer lugar porque no
era fácil ponerlas en marcha en tan poco tiempo y ha sido gracias al esfuerzo
de militantes anónimos que han salido. En segundo lugar, porque ha sido
suficientemente garantista como para evitar fraudes y ataques exteriores.
M.O.:
Imagínate presidente. ¿Cuál sería tu primera decisión de gobierno?
A.G.:
¡Sin duda no tendría solo una! Pero entre las primeras sin duda estaría la del
Trabajo Garantizado, que es un plan que hemos elaborado con el que crearíamos
un millón de puestos de trabajo con apenas una inversión de diez mil millones
de euros. Bastante dinero, pero posible de afrontar. Y supone la asunción del
Estado como empleador de último recurso, algo esencial en una economía
alternativa a la dominante.
M.O.:
¿Y las cinco siguientes que consideras más urgentes?
A.G.:
Aquí tendríamos la necesidad de elevar el salario mínimo interprofesional, de
forma progresiva y aspirando a llegar en cinco años a 1.200 euros. También
elevar las pensiones mínimas hasta equipararlas con el SMI. Crearíamos un polo
de banca pública y las viviendas públicas en propiedad pasarían a un parque
público con alquileres que nunca superarían el 20% de los ingresos del
inquilino. Al mismo tiempo tendríamos que garantizar un suministro mínimo vital
de agua y energía y un Abono Transporte gratuito para las personas sin ingresos.
M.O.:
En tu opinión, ¿cuáles han sido las medidas más desastrosas de todas las
tomadas por el último gobierno?
A.G.:
Sin duda las reformas laborales han sido las peores, tanto la del PSOE del 2010
como la del PP del 2012. De entre los más de 60 decretos presentados creo que
esa reforma laboral ha sido la que más efectos perjudiciales ha tenido y tendrá
hasta que la deroguemos.
M.O.:
¿Y en política internacional?
A.G.:
Es evidente que el actual Gobierno del PP mantiene en esencia la misma política
internacional que los anteriores. Aunque sea con formas distintas a las de
Aznar. Esto es, subordinación absoluta a los intereses económicos y
geopolíticos de EEUU y al mismo tiempo consolidando el carácter subalterno de
la Unión Europea a esos mismos intereses. Como representante de la oligarquía
económica patria, el PP también ha defendido sus intereses en América Latina,
con una acentuada hostilidad hacia los procesos de Venezuela, Ecuador y
Bolivia.
M.O.:
Dime qué líderes extranjeros, vivos o muertos, admiras.
A.G.:
No he sido nunca una persona de ídolos, porque considero que todos somos
humanos y que por lo tanto cometemos errores. Pero destacaría la lucidez y
heterodoxia de Marx, que también fue dirigente político, y de Lenin, que supo
evitar la fosilización del marxismo y consiguió adaptarlo a circunstancias
históricas muy diferentes. Creo que combinar las virtudes de esos líderes, que
eran al mismo tiempo intelectuales y dirigentes –como debería ser-, nos traería
a la actualidad grandes esperanzas.
M.O.:
¿Y españoles?
A.G.:
Sin duda tengo debilidad por la audacia y lucidez de Julio Anguita y de Xose
Manuel Beiras. Ambos reúnen para mi las características de intelectuales
dirigentes, tan propia del marxismo clásico y desgraciadamente tan inusual en
la actualidad.
M.O.:
Califícame con una palabra a los siguientes partidos: PP, PSOE, Podemos,
Ciudadanos.
A.G.:
PP: oligarquía; PSOE: plástico; Podemos: comunicación; Ciudadanos:
restauración.
Publicado en el Nº 290 de la
edición impresa de Mundo Obrero
noviembre 2015