Hacemos la marcha de hoy, desde Castell de Ferro hasta La Rápita, 162 personas, 75 mujeres y 87 hombres. Hemos andado algo más de 21 km, en un día soleado, sin viento y siempre con la Mar a nuestro lado, brillando, con distintas tonalidades de azul. A pesar de que el recorrido de hoy, era fácil de andar, siempre por el arcén de la carretera, hemos tenido cuatro accidentes de personas que se han caído. Dos han resultado con rasguños, pero una mujer, una compañera que es habitual y viene del País Vasco, se ha roto el tabique nasal al golpearse la cara contra el suelo, además de dos dedos de la mano derecha también dañados. Otro compañero, una vez que había acabado la marcha, y sentado en el bordillo del Paseo Marítimo mientras se celebraba el acto de bienvenida, se ha caído para atrás y se ha golpeado la cabeza, haciéndose una profunda herida que sangraba. Lo han llevado al hospital y estamos pendientes de que se nos diga la gravedad de la herida.
El avituallamiento lo hemos hecho en el pueblecito de la Mamola a orillas del mar. Sentados en el paseo marítimo, una mujer de 68 años, llamada Emilia Amate, dice que su madre le contaba las cosas malas que hacía Franco y que lo que más le llamó la atención de lo que decía, es que cerca de la Ermita de la Virgen de las Angustias, en la carretera que sube a Lanjarón, asesinaron a mucha gente y luego los tiraban por el barranco.
Al llegar a la Rábita, no espera María José Sánchez, la Alcaldesa de Albuñol, término municipal al que pertenece la Rábita. Nos agradece nuestra lucha por la Memoria Histórica sobre todo en tiempos en que el fascismo está entrando en las instituciones democráticas para defender lo contrario. Nos asegura que mientras el PSOE siga gobernando Albuñol, la Desbandá tendrá su apoyo.
Después de la Alcaldesa, Laura, una de las pocas compañeras que ha realizado todas las marchas, explica el panel informativo, dedicado sobre todo a las mujeres que parieron durante la huida.
En el panel en primer lugar se habla de, Basilio Lukianov Kommersant, un marino ruso que desertó de un buque soviético, en el puerto de Málaga junto con dos compañeros, y que proyectaban ir andando hasta Valencia. Al pasar por una playa, cercana a la Rápita, se enamoró de ella y decidió quedarse a vivir en una cueva del acantilado que cae sobre la playa y que tiene un pequeño manantial de agua dulce. Eso ocurrió el 2 de enero de 1933. La playa se conoce hoy como la del ruso. Vivió allí hasta su muerte, siendo considerado en el pueblo como un vecino más. Este hombre, nada sospechoso de interés político, fue entrevistado por un vecino, llamado Antonio Luis García Martínez que escribió un libro sobre la Rábita. En el libro, “El ruso” contaba lo siguiente: “Un día del mes de febrero de 1.937, después de remendar la red en la playa del Lance Nuevo, de pronto oigo un tumulto y veo una muchedumbre de personas por la carretera, al paso por la curva del Marroquín. La observé varias horas y no paraba de pasar gente, unos a pie, otros en burro o en mulo. Así siguieron pasando durante 7 días. La inmensa mayoría eran sobre todo familias, que arrastraban niños y ancianos, eran miles y miles, llenando la carretera de un lado a otro y caminando de noche, aprovechando la luna llena. Este es uno de los cientos de miles de testigos directos de la masacre de la Desbandá, que la derecha y la ultraderecha siguen negando, porque el genocidio lo cometieron los que son sus referentes históricos, políticos e ideológicos.
Pero en el panel, además, se cuenta la terrible historia de la madre que parió en una zona cercana. Se puso a parir de noche, lo cual no fue un caso aislado, mientras la riada de gente seguía la marcha; al tener al bebé, ella lo arropó como pudo y se echó otra vez a andar, pero enseguida se dio cuenta que no lo llevaba, que se le había escurrido; desesperada volvió sobre sus pasos, pero ya no encontró al bebé. Destrozada y desesperada se tiró por el barranco y se mató ella también; a la madre y su bebé, no las mataron ni las balas, ni las bombas, pero también fueron víctimas del terrorismo fascista.
Silvia Delgado, una compañera que ha participado varias veces en la Marcha, y que es poeta, con una gran sensibilidad, le dedicó a este acontecimiento el siguiente poema: “Me pregunto cómo se llamaba esa mujer que parió, en la noche más oscura de la huida; que se apartó a un lado y dio a luz como una loba solitaria, me pregunto cómo pudo ponerse en pie con el recién nacido; cómo sin tiempo de amamantarlo, corrió con el calostro desaprovechado; cómo se desgarraba a cada paso y lloraba por el hijo que callaba; porque su niño tibio y callado, tenía que estrenar juegos y canciones; me pregunto qué sintió aquella madre cuando… palpó los andrajos y presagió que lo que abrazaba, no eran más que un puñado de trapos ensangrentados y vacíos; me pregunto cuánto dolor se clavó en su vientre y con cuánta desesperación regresó por el camino andado, con la esperanza de verlo en otros brazos… pero nadie sabía de un recién nacido, pasto de las bombas y de las pisadas. Nadie sabía nada.”
Una vez en el Polideportivo donde vamos a dormir, entrevisto a uno de los sobrevivientes de la Desbandá que nos acompañan en la marcha y van visitando Institutos por el camino, junto a un grupo de jóvenes. Se llama Manuel Triano Simón y tiene 87 años. Cuando la huida, tenía seis meses, e iba junto a un hermano de 2 años y otro de 3. Iban su padre, su madre, tres tíos y su abuelo y abuela. Se unieron a la Desbandá a su paso por el Rincón de la Victoria. Todo lo que sabe es lo poco que le contó su padre, ya que ni él, ni sus tíos quisieron nunca hablar del tema. Sabe que llegaron hasta Alicante y allí se ganaron la vida poniendo un puesto de verduras en el mercado de abastos. Allí estuvieron durante toda la guerra, y sufrieron los bombardeos de la aviación fascista. Volvieron a Málaga, pero casi enseguida se fueron a Algeciras, ya que familia suya estaba allí bien instalada. No sufrieron represión, más allá que la generalizada de la dictadura franquista, y a trancas y barrancas se pudieron ganar la vida.
Por la tarde, sobre las 7, asistimos al documental “508 días” rodado por la Asociación Amical d'Antics Guerrillers de Catalunya. Trata sobre cómo, Cristina Zalva, una antigua militante de la CNT de Barcelona, escondió en su casa, cerca de la montaña de Santa Bárbara Oix en Girona, a un maquis que llegó herido, el 13 de enero de 1945. Lo había ametrallado la guardia civil junto a otro compañero que murió en el tiroteo. 508 días fueron los que Antoni Figueras, el guerrillero herido, estuvo escondido en aquella casa, sin ver la luz del sol. Cristina se la jugó, ya que era normal que la Guardia Civil registrara todas las casas campesinas de la zona, si detectaban movimientos del maquis. Pero no se la jugaba ella sola, sino toda la familia que convivía allí. Su determinación, forzando a toda su familia, está condensada en lo que le dijo a su marido, “prefiero ser la viuda de un valiente, que la mujer de un cobarde”. Y eso que su marido, Enric Sala, fue hecho prisionero en la batalla del Ebro, y estaba recién salido de un campo de concentración. Raúl Valls, El presidente de la Asociación Amical, Raúl Valls, cuenta que toda la documentación del caso, que necesitaron la obtuvieron del archivo histórico del PCE, atesorado en la Universidad Complutense de Madrid.
Después de recordar y homenajear en días recientes a Ana Pomares y Pita, fallecidos recientemente, quiero recordar a otra persona que también falleció recientemente y que jugó un papel destacado en la lucha por la recuperación de la Memoria Histórica. Este compañero se llama Manuel Ruiz. Siendo presidente de la Asociación memorialista de expresos políticos, La Comuna, participó en varias marchas de la Desbandá junto con otros compañeros de la Comuna. Murió el 21 de noviembre, y se le hizo un homenaje en Granada, el pasado 27 de diciembre, ya que era originario de allí. Manuel dedicó toda su vida a buscar justicia por el asesinato de su hermano Arturo Ruiz, un chico de 20 años, que fue asesinado a tiros, en una manifestación en Madrid por la Amnistía y la Libertad, el 23 de enero de 1977. Su asesino, un ultraderechista de nombre José Ignacio Fernández Guaza, se fugó a Argentina, donde reside desde entonces, y no solo no se esconde, sino que ha dado entrevistas en prensa en las que asegura que colaboraba con la Guardia Civil que le pagaba para matar etarras en Francia.
En el homenaje a Manolo Ruiz en Granada, donde se juntaron sus cenizas con las de su hermano Arturo, su hija Olga, se comprometió a seguir la lucha de su padre y la justicia para su tío.
Mañana seguimos la marcha llegando hasta Adra, otros 20 km aproximadamente.
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