Toni Morillas
Mundo Obrero
Una de las claves en
la construcción de poder popular ha estado en la autoorganización
desde el conflicto del capital con la vida.
El entusiasmo, la
euforia, la complicidad, la satisfacción cuando provocábamos la
bajada de las persianas del reguero de tiendas del Imperio Inditex o
veíamos centenares de delantales colgados en los balcones. El poder.
Tomar el espacio público, sin miedo, sintiéndonos protegidas por
millones de hermanas en un espacio que habitualmente nos es hostil,
sabiéndonos protagonistas de la historia, identificando nuestra
fuente colectiva de poder. Evidenciado que nuestros cuerpos precarios
ya no pueden más, que vivimos en conflicto permanente, que nuestro
único reposo del guerrero posible es el feminismo.
Veníamos lamentándonos
de un posible cambio de ciclo, en unos meses en los que el debate
territorial lo ha atravesado todo y la conflictividad social se ha
expresado de manera fragmentaria y desarticulada. Pues vinieron las
feministas a cambiar el marco y a inaugurar una primavera de
movilización, en la que feministas y pensionistas andamos tejiendo
un proceso confluyente impugnatorio, de desborde y apoyo mutuo. Las
conversaciones de bar y de peluquería cambiaron, los representantes
de las oligarquías en los parlamentos se vieron obligados a
posicionarse sobre una convocatoria de huelga no experimentada antes,
en la que inicialmente ni siquiera muchos de nuestros aliados
confiaban.
Hemos aprendido que hay
margen para seguir haciendo emerger el conflicto, para seguir
ensanchando las grietas patriarcales del sistema. Hemos hecho
historia. El 8 de Marzo, nos sentíamos parte del hilo violeta de la
historia, en una jornada de movilización intergeneracional, en la
que las jóvenes nos reconocíamos en las veteranas. El hilo de la
lucha de las mujeres que conquistaron los derechos que hoy nos están
arrebatando. Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar
decían las pancartas. El 8M no ha sido ni una estación de llegada
ni una movilización espontánea. Ha sido hito constituyente de un
proceso de acumulación, de toma de conciencia para sí, de
politización y revolución cultural en marcha al que le han
precedido movilizaciones y victorias sociales relevantes: la dimisión
de Gallardón, el 8 de marzo de 2017 con unas movilizaciones que ya
entonces fueron masivas y constituyeron el germen de la propuesta de
huelga, la expresión de la indignación social durante el juicio a
la Manada, con el caso de Juana Rivas… Un proceso de acumulación
de fuerzas que lo ha cambiado todo: nada volverá a ser igual tras
este 8 de marzo.
Habrá momento para las
valoraciones y habrán de realizarse en un proceso amplio de
evaluación y debate público en el que las mujeres tomen la palabra.
Sin embargo, nos aventuramos a apuntar algunos aprendizajes que nos
deja el feminismo para continuar la lucha, para seguir afrontando los
retos que tenemos por delante con alegría constituyente.
Primer aprendizaje: la
sostenibilidad de la vida sintetiza una propuesta alternativa de país
Lejos de eslóganes y
discursos de laboratorio, la huelga se ha construido desde las
entrañas, desde el suelo pegajoso, desde el conflicto del capital
con la vida. La potencia de la Huelga feminista ha residido en la
radicalidad de su discurso, en la transversalidad y diversidad de las
formas y espacios de lucha en los que se ha desplegado. Hemos
criticado en multitud de ocasiones la hegemonía del feminismo
liberal y hemos construido desde la práctica concreta una propuesta
interseccional que reconoce y nombra las opresiones que nos
atraviesan, que señala la articulación de clase y género. Pues
bien, aquella hegemonía ha empezado a resquebrajarse. El mensaje
movilizador del movimiento feminista cuestiona el capitalismo y el
patriarcado y lanza un mensaje que sintetiza una propuesta
alternativa de país, que habrá de ser desarrollada.
La sostenibilidad de la
vida como propuesta articuladora de la movilización, no solo ha
cuestionado el papel atribuido a las mujeres o su situación desigual
respecto a los hombres (que no es poco). Ha propuesto una alternativa
de ruptura con el contrato social y el contrato sexual: una nueva
forma de organizar las relaciones económicas, políticas, sociales y
entre sexos, que parte de la constatación de que nuestra
explotación, nuestra opresión es estructural y hunde sus raíces
más profundas en el capitalismo patriarcal. Por ello nos tildaron de
peligrosas, porque hace tambalear los cimientos de su sistema. Porque
señala los beneficios que el sistema extrae de nuestro trabajo,
porque señala la naturaleza de las violencias que se ejercen sobre
nosotras, porque no le duelen prendas a la hora de señalar los
privilegios que han obtenido los hombres del mismo durante siglos.
Tenemos ahora el reto de consolidar la hegemonía, elaborar
propuestas concretas, no bajar la guardia ante los intentos de
descafeinar las demandas y capturar la potencia transformadora del
feminismo que con total seguridad promoverán los guardianes del
orden establecido.
Segundo aprendizaje:
es posible y necesario recuperar la huelga como herramienta política
Muchas de las mujeres que
participaron del 8M era la primera vez en su vida que secundaban una
huelga. Muchas por jóvenes, otras muchas por desempeñar trabajos no
remunerados y no haberse sentido interpeladas en convocatorias
anteriores que circunscribían su ámbito de convocatoria al laboral.
¿Desde cuándo llevábamos sin ser convocadas y tomar parte de la
organización de una huelga? 2012 parece un pasado muy remoto.
El austericidio, la
precarización de las condiciones de vida, el miedo y la suspensión
de facto del derecho a huelga entre cada vez más amplios sectores de
la clase trabajadora, ha provocado que la huelga general estuviera en
el cajón de los imposibles y absolutamente fuera de la agenda
política y social. Pues bien, las mujeres la hemos puesto en agenda.
El feminismo ha recuperado la huelga como herramienta política y lo
ha hecho, desde un profundo y participativo ejercicio de creatividad,
sorteando los obstáculos y resistencias, innovando en tres
dimensiones: 1) una huelga política e ideológica, que se ha
desplegado más allá de lo laboral, visibilizando trabajos
desvalorizados por el sistema y poniendo en el centro la
contradicción capitalista de la reproducción social; 2) una huelga
en la que el sujeto político hemos sido las mujeres; 3) una huelga
convocada por el Movimiento Feminista, desde abajo, tejiendo alianzas
en todos los frentes, con la construcción de unidad popular como
estrategia.
El feminismo nos ha
enseñado que aun en tiempos de máxima precariedad, es posible
organizar una huelga general. Nos ha lanzado una invitación a
repensar los límites de lo posible y a experimentar nuevas formas de
huelga inclusivas por empoderadoras.
Tercer aprendizaje: la
construcción de unidad popular ha de sustentarse en procesos
radicalmente democráticos en los que el feminismo sea eje
vertebrador
Cuando la estudiante, la
vecina, las madres del AMPA o las abuelas que vienen del año el
hambre y que con sus raquíticas pensiones sostienen la vida de sus
familias, se pegan semanas conspirando, quedando en manada para
acudir al 8M, es que el desborde popular ya se ha producido. Cuando
aparecen un montón de hombres que se interesan por cuál ha de ser
su papel en esta huelga, y otros tantos que no se atreven a expresar
públicamente que no son feministas, es que el proceso ha alcanzado
unos niveles de contagio y legitimación social que nos permiten
afirmar, tal y como señala Rosa Cobo, que estamos ante la 4ª ola
del feminismo. Una cuarta ola fraguada a nivel internacional, en la
que el movimiento en España está jugando un papel vanguardista.
Una de las claves en la
construcción de poder popular ha estado en la autoorganización
desde el conflicto del capital con la vida. La organización en
primera persona desde espacios no mixtos en los que las mujeres nos
hemos reconocido, hemos identificado lo que nos duele y nos une y
construido una propuesta de acción política común con un mensaje
claro: un modelo económico y social que nos mata, agrede, cosifica,
explota, precariza y oprime, es insostenible con la reproducción de
una vida digna de ser vivida.
La radicalidad
democrática de un proceso que ha evidenciado de nuevo la crisis de
mediaciones y de las estructuras de representación, creando redes
horizontales de activistas que se multiplicaban y desplegaban de
manera incontrolada. Creando una maraña de feminismo, que ha vencido
la frontera de lo doméstico haciéndose presente en la cotidianeidad
de la vida de este país, pariendo un fenómeno social que ha tenido
su base de operaciones en las centenares de asambleas feministas
unitarias, urbanas y rurales, que se han constituido como
dispositivos de poder popular y feminista. Espacios no exentos de
contradicciones que han dado ejemplo sobre cómo ha de construirse un
movimiento político, social y cultural radicalmente democrático,
que ponga las condiciones materiales de existencia en el centro del
debate político. Esto nos sitúa ante un reto mayúsculo: seguir
tejiendo la unidad desde el conflicto del capital con la vida,
integrar el feminismo en nuestra práctica política cotidiana,
seguir haciendo Historia.
Publicado en el Nº 315
de la edición impresa de Mundo Obrero marzo abril 2018