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viernes, 1 de noviembre de 2019

Alberto Garzón: “Tras el 10N, IU debe ofrecer a todo lo que hay a la izquierda del PSOE un proyecto de unidad”. Entrevista de Mundo Obrero

J.M. Mariscal Cifuentes
Mundo Obrero
En plena precampaña electoral no era fácil conseguir un hueco en la agenda de Alberto Garzón, coordinador general de Izquierda Unida. Los lectores y lectoras de Mundo Obrero conocen bien los posicionamientos y las opiniones de Alberto Garzón, por eso queríamos aprovechar esta oportunidad para conversar, más que con el coordinador general o con el diputado, con el camarada Garzón, de las inquietudes de nuestra militancia y, sobre todo, de proyecto estratégico, de unidad popular más que de confluencia electoral, del tiempo después al 10 de noviembre más que del tiempo que queda hasta las elecciones. Agradecemos a Alberto la atención al periódico de su partido. Este es el resultado.
MUNDO OBRERO: ¿Cómo ves a Izquierda Unida, a su organización y a su militancia?
ALBERTO GARZÓN: La militancia en general está satisfecha con el trabajo que hemos hecho y al mismo tiempo preocupada por la situación, tanto política como en términos de organización. Para saber dónde estamos conviene mirar de dónde venimos. En 2014, la irrupción de nuevos partidos, en particular de Podemos, modificó el tablero de juego en el que nos movíamos, y tuvimos que acometer cambios radicales que muchas veces iban en contra de nuestra propia inercia como organización. Las encuestas manifestaban que podíamos desaparecer, algo que se instaló en el imaginario colectivo, no en nuestra gente, periodistas y medios daban por hecho que Izquierda Unida desaparecía. Fueron momentos muy duros, yo iba a las tertulias televisivas para intentar colocar nuestro mensaje y nuestro perfil, pero salían encuestas en las que estábamos en el 1%. El año 2015 fue más duro todavía, con unas elecciones autonómicas y municipales en la que desaparecemos de muchos parlamentos regionales, con una merma significativa en el resto. En diciembre de ese año nos lo jugamos todo, fuimos a la batalla final y con una explosión de esfuerzo de parte de la militancia, y mucha gente que estaba en el entorno apoyándonos en el contexto probablemente más agresivo que jamás vayamos a encontrar, con cuatro partidos monopolizando la agenda, conseguimos un resultado muy bueno en votos, pero muy triste en escaños, por efecto de la Ley Electoral. Creo que eso fue un hito que marcó la pertenencia de nuestra gente a este proyecto. Sobrevivimos a que la organización no se disgregara, a que no desapareciésemos en territorios enteros del país, mantuvimos la conexión en una situación de profunda debilidad financiera, pero también emocional. Tuvimos que afrontar una deuda de 11 millones de euros que heredamos cuando llego a la coordinación en 2016, mientras la gente veía que había otra fuerza política que ocupaba nuestro espacio histórico. A partir de ese momento se produce una recomposición que se hace a través de la unidad, en coherencia con nuestros postulados ideológicos, históricos y políticos, pero no exenta de contradicciones y de tensiones.
M.O.: ¿Cuál es la contradicción fundamental con la que nos hemos encontrado?
A.G.: Sin duda que Podemos es una fuerza política con una fuerte base electoral pero sin organización, mientras que IU tiene una base electoral insuficiente por sí sola pero una base militante históricamente organizada en los territorios. Está unidad es, por lo tanto, simbiótica, beneficiosa para las dos fuerzas políticas y para el país, pero al mismo tiempo genera contradicciones que nuestra militancia vive cada día: la inexistencia de un interlocutor real físico, la mayor parte de las veces, y sobre todo colectivo. Tradiciones y novedades políticas que se encuentran. Ahora tenemos que ver cómo somos capaces de pensar en el futuro, y estoy satisfecho porque en este ciclo, entre todos y todas, hemos salvado a IU.
M.O.: En relación al conjunto de los actores políticos a la izquierda del PSOE, ¿en qué posición se encuentra IU ahora mismo?
A.G.: Nuestro país ha vivido, y sigue viviendo, una crisis de régimen, expresada en múltiples dimensiones. En la que nos afecta, diría que una crisis así destituye a todos los agentes políticos involucrados en el régimen, incluida a su oposición interna, que éramos nosotros. Esto ha provocado la fragmentación de los espacios y la multiplicación de los actores; existen Podemos, los Comunes, Equo y otros sujetos con base en determinados territorios, ahora el partido de Errejón... pero sociológicamente podríamos decir que el espacio a la izquierda del Partido Socialista se ha ampliado en los últimos años y ha cristalizado en formas concretas muy diferentes. Nosotros somos expresión de la parte más organizada, de la fuerza quizá más ideológica, con una larga tradición, que pone más el acento en elementos de clase. Y tenemos la obligación de convivir con otras fuerzas políticas que tienen otros parámetros, algunas son nuevas, otras son reconversiones, siempre es complejo, cada territorio es un mundo: no es lo mismo Cataluña que La Rioja, Castilla-La Mancha que Andalucía, en cada lugar hay singularidades y todas ellas son consecuencia de la crisis de régimen y de cómo esa crisis ha alterado el espacio de la izquierda. Y todo esto continúa, no termina de solidificar. Hemos visto cómo en este año 2019 ha habido divisiones, recomposiciones, construcción de nuevos partidos, probablemente como resultado de una derrota, la de pasar del 21% del espacio electoral al 14% que tuvimos en abril, remontando las encuestas. Llamazares abandona IU, Errejón abandona Podemos, las mareas, Compromis,... todo eso son expresiones de la recomposición del espacio político.
M.O.: ¿No estás deseando tener un momento sin elecciones para parar a pensar qué hacemos con todo esto que nos describes? ¿Cuáles son los retos a partir del 10 de noviembre?
A.G.: Hay que señalar que, aunque no se vuelvan a repetir elecciones la crisis de régimen está lejos de cerrarse y todo se va a seguir moviendo en un contexto de incertidumbre política. Seguiremos teniendo que hacer frente a emergencias cotidianas. Pero desde luego la izquierda que nosotros representamos, Izquierda Unida, tiene que ofrecer una propuesta a ese espacio amplio y heterogéneo que, a mi juicio, tiene que consistir en reconstruir un bloque histórico que sea capaz de acometer los cambios para los cuales hacemos política. Cuando hablo de cambio no es solo programático, no solo hablo de derogar la reforma laboral, sino de transformar radicalmente las bases de nuestra sociedad, del capitalismo. Es evidente que para eso necesitamos mucha más fuerza. Construir ese bloque histórico consiste en hacerlo orgánica, cultural e ideológicamente. Por eso, a partir del 10 de noviembre tenemos la tarea de hacer una propuesta al resto de actores. Estamos legitimados para hacerla a pesar de que otros actores aparecen con un mayor espacio simbólico.
M.O.: ¿En qué consistiría esa propuesta?
A.G.: Para empezar tendremos que ser capaces de entender que unidad no es homogeneidad, que unidad implica sumar actores diversos. Por muchas diferencias que tengamos con gente como Íñigo Errejón y lo que expresa, o Gaspar Llamazares, digamos esa izquierda light, es necesario contar con todos ellos. Si solo contamos con los más puros, con los nuestros, no sumamos nunca, estaremos siempre atrapados en un espacio que nunca será capaz de sumar mayorías suficientes para hacer las transformaciones que este país necesita. Esa es la primera tarea, sumar fuerzas. Y la segunda es asumir el reto de tratar de hegemonizar ideológicamente ese espacio, algo central, pues no se trata de sumar aritméticamente sino de sumar en pos de un proyecto político e ideológico.
M.O.: Cuando hablas de actores políticos hablas de siglas, de organizaciones pero los actores que construyen un Bloque Histórico son sectores de clase, populares, como bien has señalado cuando distingues la confluencia electoral de la unidad popular.
A.G.: Efectivamente, cuando hacemos este tipo de reflexiones es importante remarcar quién es el sujeto. No es lo mismo referirnos a sujetos organizados existentes, como son los partidos políticos o los sindicatos, que hablar de sujetos en términos de clases sociales, son dos dimensiones distintas que tenemos que ser capaces de llevar a una reflexión congruente. Tenemos la tendencia de referirnos a sus dirigentes y a generar estrategias a partir de democracias internas, que en algunos casos brillan por su ausencia. Esto también nos genera tensiones, porque muchas veces se producen decisiones que van a diferente velocidad en las dirección con respecto a las bases. Cuando hablamos de unidad popular nos referimos al sujeto de las clases sociales, el de la gente en su vida cotidiana y en su relación con la actividad productiva, es ahí donde se construye la unidad popular. Tenemos que ser capaces de construir por abajo y sólo luego ver cómo es o se concreta o cristaliza. Por eso no hay que tener miedo a construir sujetos nuevos como una rearticulación de personas, de clases sociales y sectores de clase que en un determinado momento generan nuevas alianzas para objetivos comunes. Esto es lo que debería pasar, y para ello, la mejor estrategia es el trabajo cotidiano y en la calle.
M.O.: En ese trabajo cotidiano y de calle, ¿qué papel ocupa el mundo virtual, el de las redes sociales?
A.G.: El mundo virtual, si quieres que lo llamemos así, no es un mundo ajeno al mundo real, es una etiqueta que se utiliza para diferenciarlo del espacio puramente físico, material, pero la socialización que existe en las redes sociales la realizan personas de carne y hueso. Alguien que se politiza a través de Internet se politiza de forma efectiva, no fantástica. Ha habido y hay mucha gente que se afilia a Izquierda Unida gracias a Internet. Es otro más de los campos de batalla y creo que no jugamos mal en él.
M.O.: Desde luego que no. Es muy interesante que te refieras a los espacios de socialización, te has referido en escritos e intervenciones, en charlas o debates a los profundos cambios que se han producido en ese ámbito y en cómo nos afectan.
A.G.: Claro, porque reconstruir tejido social y lazos colectivos es condición necesaria para el bloque histórico. Fijémonos en la cultura del trabajo, la precariedad ha modificado la cotidianidad de la clase trabajadora, en cómo hemos pasado en 40 años de un modelo en el que era muy habitual que el PCE encontrara su militancia y su cantera entre el mundo obrero, vinculado a la gran empresa, con miles de trabajadores sindicados. Desde entonces, la irresponsable desindustrialización nos ha dejado un erial, lo que tenemos ahora es un espacio de enorme fragmentación individualista. No es lo mismo politizarse en esos centros de trabajo, que además en torno a ellos estaban sus propios barrios, los trabajadores compartían empresa y vecindario, unos bares, una socialización cotidiana. Hoy tenemos el modelo Delivero o Glovo, o multitud de pequeñas empresas de 3 o 4 trabajadores. Ante estos cambios, que debemos analizar en profundidad si queremos establecer estrategias de construcción de ese bloque histórico, tenemos que cambiar el sujeto de la estrategia, no pensando en los partidos, sino pensando en abajo, en las clases sociales, en sus espacios de socialización, para incidir en ellos. Para esto los partidos son instrumentos, consiste en darle la vuelta al análisis habitual que solemos hacer, unidad popular no es una alianza electoral entre Podemos e Izquierda Unida sino cómo Izquierda Unida y Podemos insertan sus estrategias en la vida cotidiana de la gente, para que trabajen conjuntamente. Y eso está lleno de enormes dificultades que tienen que ver con la fragmentación de la clase trabajadora, con culturas diferentes, distintas tradiciones políticas, pero ese es el camino, y es difícil generar espacios de socialización con gente que no está organizada, con organizaciones sin base organizada, por eso la batuta la tienen que tener aquellos que estamos organizados. Esa es la estrategia y sé que es mucho más fácil diseñarla y definirla que llevarla a la práctica, sobre todo porque somos una fuerza modesta, humilde, con 20 mil afiliados y unos 40 mil simpatizantes, que además tenemos la cultura política de activarnos en campaña electoral (que ahora supone prácticamente todo el tiempo), una dinámica heredera de la dinámica eurocomunista instalada largamente en nuestra organización. Nos cuesta trabajo activarnos para campañas que no sean meramente electorales, y lo digo en global, como organización, porque en IU tenemos cientos y cientos de activistas que nutren frentes diversos de lucha, por eso las campañas de afiliación deben acompañar a estos procesos de activismo.
M.O.: En el año que llega tendremos una Conferencia Política del PCE y una Asamblea Federal de IU ¿Cuáles son los parámetros en los que crees deben realizarse ambas?
A.G.: Insisto en que tendremos que acometer esas tareas al mismo tiempo que se desarrolla la actualidad política de una forma tan vertiginosa, al fin y al cabo son cosas que no pueden ser ajenas a nuestra realidad, Lenin escribió el “Estado y la Revolución” en un contexto verdaderamente más convulso, con esa nota final en la que decía que entonces tocaba hacer la revolución más que pensarla o escribirla. Los caminos de la Conferencia Política del PCE y el de Izquierda Unida a la Asamblea deben centrarse en estas cuestiones del análisis de la realidad cotidiana, de la realidad concreta, porque al final lo que tenemos que ver es cómo vive la clase trabajadora y cómo podemos organizarnos para mejorar nuestras condiciones de vida. Es verosímil pensar que la cuestión de la unidad electoral va a salir, pero debe hacerlo como conclusión, no como punto de partida para el análisis o el enzarzamiento semántico. En ese sentido, la Conferencia Política debe de estar encaminada a un elemento más reflexivo, en relación sustancialmente a cómo construir unidad popular, porque muchas veces tendemos a dedicar muchas energías y mucho esfuerzo a cuestiones que nos alejan de los problemas cotidianos de las familias trabajadoras, y ver si se pueden sentir representadas por la acción del Partido. Esa es la primera pregunta que nos tenemos que hacer, y a partir de ahí construir sin prejuicios pero con nuestra ideología.
M.O.: ¿Sigue siendo válido el análisis y el proyecto de ruptura democrática? ¿Cómo casa éste proyecto con la posibilidad de compartir gobierno con el PSOE?
A.G.: Como ya he dicho, vivimos una crisis de régimen que no se ha resuelto y el hecho de que tengamos 4 elecciones generales en 4 años supone en cierta medida un síntoma de esa ausencia de resolución. Hay una estrategia ideada por determinadas personas, que usan muy bien la cabeza, para llevarnos y conducir en nuestro país a unas reformas que cambian algunas cosas sin alterar la estructura de poder de nuestro país, es más, reforzándola. Esa visión reformista es una visión que pasa, por ejemplo, por acuerdos entre el Partido Socialista y Ciudadanos, son una serie de personas que piensan que esa es la mejor salida para sus intereses, sin embargo no son hegemónicos, no consiguen convencer a todos los actores políticos de este país, si no ya tendríamos un gobierno PSOE-Cs. La crisis de régimen también ha provocado que tengamos en España una clase dirigente que no está cohesionada, está fragmentación hace que en contra de lo que decían los bancos, no tengamos aún un gobierno PSOE-Cs. Esto manifiesta no solo la autonomía de lo político, sino líneas de pensamiento distintas. Por lo tanto, la crisis del régimen no está resuelta y deja espacio a la ruptura democrática, entendiéndola como un proceso constituyente a favor de los de abajo y de la clase trabajadora, que se concreta en nuevas instituciones democráticas y jurídicas, nuevas reglas de juego laborales... todo este proceso constituyente está disponible, el problema está en que la correlación de fuerzas ha ido variando en los últimos años y hemos tenido desde el año 2017 un creciente fortalecimiento de las fuerzas reaccionarias, que es sin embargo insuficiente para que ganen la batalla, mientras que nosotros hemos tenido un cierto desfallecimiento de nuestras fuerzas, pero que en términos históricos siguen siendo notablemente altas, IU tuvo su techo en 1996 con un 10%. Pero no estoy hablando solo de número o votos, sino en términos de impugnación del sistema, con nuevos focos, ahí está Cataluña, el 8M, la emergencia climática... No hay nada cerrado, la correlación de fuerzas se altera en función de los acontecimientos y no está garantizado que vaya a ganar la derecha reaccionaria esta batalla, como tampoco está garantizado que nosotros la vayamos a ganar, estamos en una guerra de posiciones que se juega en múltiples dimensiones, el marco cambia, como la agenda política, y no es lo mismo disputar esa batalla en un terreno de debate económico o social, que tenerlo sobre la cuestión nacional. Con respecto a lo que dices del PSOE y el gobierno diré que no deja de resultar fantasiosa la posibilidad de que el PSOE se avenga a constituir un gobierno con medidas de progreso y transformación social, el objetivo está encaminando a no permitir la cierre de la crisis régimen por la derecha, una trayectoria que nos llevaría a un cierre de la crisis de régimen de forma reformista y perjudicial para la clase trabajadora en términos concretos. El objetivo es ayudar a que el nuevo ciclo de movilizaciones que comienza a atisbarse, los nuevos vectores de movilización, como el feminismo o la ecología política, los propios pensionistas y las resistencias a los cierres y despidos en la industria, así como las movilizaciones de la España vaciada o los olivareros pasen de expresar un descontento a ser parte de la movilización y la transformación real del país. Tenemos que estar preparados para todo, el CIS dice que la preocupación por la clase y el sistema político es uno de los tres principales problemas para los españoles en este momento, hay placas tectónicas en la sociedad que se están moviendo y pueden cristalizar de muy diferentes formas. El reto del PCE y de Izquierda Unida es que toda esa frustración y rabia se dirijan hacia propuestas progresistas, comunistas, socialistas. Existe el riesgo notable de que esa frustración sea canalizada por posturas xenófobas, imperialistas, por lo que Max Weber llamaba posturas de “cierre social”. Todo ello depende de una batalla política, cultural y social que también tiene su reflejo en el intento de tener la máxima influencia posible, incluso dentro del gobierno.
Publicado en el Nº 329 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2019

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