J.M. Mariscal Cifuentes
Mundo Obrero
En plena precampaña
electoral no era fácil conseguir un hueco en la agenda de Alberto
Garzón, coordinador general de Izquierda Unida. Los lectores y
lectoras de Mundo Obrero conocen bien los posicionamientos y las
opiniones de Alberto Garzón, por eso queríamos aprovechar esta
oportunidad para conversar, más que con el coordinador general o con
el diputado, con el camarada Garzón, de las inquietudes de nuestra
militancia y, sobre todo, de proyecto estratégico, de unidad popular
más que de confluencia electoral, del tiempo después al 10 de
noviembre más que del tiempo que queda hasta las elecciones.
Agradecemos a Alberto la atención al periódico de su partido. Este
es el resultado.
MUNDO OBRERO: ¿Cómo
ves a Izquierda Unida, a su organización y a su militancia?
ALBERTO GARZÓN: La
militancia en general está satisfecha con el trabajo que hemos hecho
y al mismo tiempo preocupada por la situación, tanto política como
en términos de organización. Para saber dónde estamos conviene
mirar de dónde venimos. En 2014, la irrupción de nuevos partidos,
en particular de Podemos, modificó el tablero de juego en el que nos
movíamos, y tuvimos que acometer cambios radicales que muchas veces
iban en contra de nuestra propia inercia como organización. Las
encuestas manifestaban que podíamos desaparecer, algo que se instaló
en el imaginario colectivo, no en nuestra gente, periodistas y medios
daban por hecho que Izquierda Unida desaparecía. Fueron momentos muy
duros, yo iba a las tertulias televisivas para intentar colocar
nuestro mensaje y nuestro perfil, pero salían encuestas en las que
estábamos en el 1%. El año 2015 fue más duro todavía, con unas
elecciones autonómicas y municipales en la que desaparecemos de
muchos parlamentos regionales, con una merma significativa en el
resto. En diciembre de ese año nos lo jugamos todo, fuimos a la
batalla final y con una explosión de esfuerzo de parte de la
militancia, y mucha gente que estaba en el entorno apoyándonos en el
contexto probablemente más agresivo que jamás vayamos a encontrar,
con cuatro partidos monopolizando la agenda, conseguimos un resultado
muy bueno en votos, pero muy triste en escaños, por efecto de la Ley
Electoral. Creo que eso fue un hito que marcó la pertenencia de
nuestra gente a este proyecto. Sobrevivimos a que la organización no
se disgregara, a que no desapareciésemos en territorios enteros del
país, mantuvimos la conexión en una situación de profunda
debilidad financiera, pero también emocional. Tuvimos que afrontar
una deuda de 11 millones de euros que heredamos cuando llego a la
coordinación en 2016, mientras la gente veía que había otra fuerza
política que ocupaba nuestro espacio histórico. A partir de ese
momento se produce una recomposición que se hace a través de la
unidad, en coherencia con nuestros postulados ideológicos,
históricos y políticos, pero no exenta de contradicciones y de
tensiones.
M.O.: ¿Cuál es la
contradicción fundamental con la que nos hemos encontrado?
A.G.: Sin duda que
Podemos es una fuerza política con una fuerte base electoral pero
sin organización, mientras que IU tiene una base electoral
insuficiente por sí sola pero una base militante históricamente
organizada en los territorios. Está unidad es, por lo tanto,
simbiótica, beneficiosa para las dos fuerzas políticas y para el
país, pero al mismo tiempo genera contradicciones que nuestra
militancia vive cada día: la inexistencia de un interlocutor real
físico, la mayor parte de las veces, y sobre todo colectivo.
Tradiciones y novedades políticas que se encuentran. Ahora tenemos
que ver cómo somos capaces de pensar en el futuro, y estoy
satisfecho porque en este ciclo, entre todos y todas, hemos salvado a
IU.
M.O.: En relación al
conjunto de los actores políticos a la izquierda del PSOE, ¿en qué
posición se encuentra IU ahora mismo?
A.G.: Nuestro país ha
vivido, y sigue viviendo, una crisis de régimen, expresada en
múltiples dimensiones. En la que nos afecta, diría que una crisis
así destituye a todos los agentes políticos involucrados en el
régimen, incluida a su oposición interna, que éramos nosotros.
Esto ha provocado la fragmentación de los espacios y la
multiplicación de los actores; existen Podemos, los Comunes, Equo y
otros sujetos con base en determinados territorios, ahora el partido
de Errejón... pero sociológicamente podríamos decir que el espacio
a la izquierda del Partido Socialista se ha ampliado en los últimos
años y ha cristalizado en formas concretas muy diferentes. Nosotros
somos expresión de la parte más organizada, de la fuerza quizá más
ideológica, con una larga tradición, que pone más el acento en
elementos de clase. Y tenemos la obligación de convivir con otras
fuerzas políticas que tienen otros parámetros, algunas son nuevas,
otras son reconversiones, siempre es complejo, cada territorio es un
mundo: no es lo mismo Cataluña que La Rioja, Castilla-La Mancha que
Andalucía, en cada lugar hay singularidades y todas ellas son
consecuencia de la crisis de régimen y de cómo esa crisis ha
alterado el espacio de la izquierda. Y todo esto continúa, no
termina de solidificar. Hemos visto cómo en este año 2019 ha habido
divisiones, recomposiciones, construcción de nuevos partidos,
probablemente como resultado de una derrota, la de pasar del 21% del
espacio electoral al 14% que tuvimos en abril, remontando las
encuestas. Llamazares abandona IU, Errejón abandona Podemos, las
mareas, Compromis,... todo eso son expresiones de la recomposición
del espacio político.
M.O.: ¿No estás
deseando tener un momento sin elecciones para parar a pensar qué
hacemos con todo esto que nos describes? ¿Cuáles son los retos a
partir del 10 de noviembre?
A.G.: Hay que señalar
que, aunque no se vuelvan a repetir elecciones la crisis de régimen
está lejos de cerrarse y todo se va a seguir moviendo en un contexto
de incertidumbre política. Seguiremos teniendo que hacer frente a
emergencias cotidianas. Pero desde luego la izquierda que nosotros
representamos, Izquierda Unida, tiene que ofrecer una propuesta a ese
espacio amplio y heterogéneo que, a mi juicio, tiene que consistir
en reconstruir un bloque histórico que sea capaz de acometer los
cambios para los cuales hacemos política. Cuando hablo de cambio no
es solo programático, no solo hablo de derogar la reforma laboral,
sino de transformar radicalmente las bases de nuestra sociedad, del
capitalismo. Es evidente que para eso necesitamos mucha más fuerza.
Construir ese bloque histórico consiste en hacerlo orgánica,
cultural e ideológicamente. Por eso, a partir del 10 de noviembre
tenemos la tarea de hacer una propuesta al resto de actores. Estamos
legitimados para hacerla a pesar de que otros actores aparecen con un
mayor espacio simbólico.
M.O.: ¿En qué
consistiría esa propuesta?
A.G.: Para empezar
tendremos que ser capaces de entender que unidad no es homogeneidad,
que unidad implica sumar actores diversos. Por muchas diferencias que
tengamos con gente como Íñigo Errejón y lo que expresa, o Gaspar
Llamazares, digamos esa izquierda light, es necesario contar con
todos ellos. Si solo contamos con los más puros, con los nuestros,
no sumamos nunca, estaremos siempre atrapados en un espacio que nunca
será capaz de sumar mayorías suficientes para hacer las
transformaciones que este país necesita. Esa es la primera tarea,
sumar fuerzas. Y la segunda es asumir el reto de tratar de
hegemonizar ideológicamente ese espacio, algo central, pues no se
trata de sumar aritméticamente sino de sumar en pos de un proyecto
político e ideológico.
M.O.: Cuando hablas de
actores políticos hablas de siglas, de organizaciones pero los
actores que construyen un Bloque Histórico son sectores de clase,
populares, como bien has señalado cuando distingues la confluencia
electoral de la unidad popular.
A.G.: Efectivamente,
cuando hacemos este tipo de reflexiones es importante remarcar quién
es el sujeto. No es lo mismo referirnos a sujetos organizados
existentes, como son los partidos políticos o los sindicatos, que
hablar de sujetos en términos de clases sociales, son dos
dimensiones distintas que tenemos que ser capaces de llevar a una
reflexión congruente. Tenemos la tendencia de referirnos a sus
dirigentes y a generar estrategias a partir de democracias internas,
que en algunos casos brillan por su ausencia. Esto también nos
genera tensiones, porque muchas veces se producen decisiones que van
a diferente velocidad en las dirección con respecto a las bases.
Cuando hablamos de unidad popular nos referimos al sujeto de las
clases sociales, el de la gente en su vida cotidiana y en su relación
con la actividad productiva, es ahí donde se construye la unidad
popular. Tenemos que ser capaces de construir por abajo y sólo luego
ver cómo es o se concreta o cristaliza. Por eso no hay que tener
miedo a construir sujetos nuevos como una rearticulación de
personas, de clases sociales y sectores de clase que en un
determinado momento generan nuevas alianzas para objetivos comunes.
Esto es lo que debería pasar, y para ello, la mejor estrategia es el
trabajo cotidiano y en la calle.
M.O.: En ese trabajo
cotidiano y de calle, ¿qué papel ocupa el mundo virtual, el de las
redes sociales?
A.G.: El mundo virtual,
si quieres que lo llamemos así, no es un mundo ajeno al mundo real,
es una etiqueta que se utiliza para diferenciarlo del espacio
puramente físico, material, pero la socialización que existe en las
redes sociales la realizan personas de carne y hueso. Alguien que se
politiza a través de Internet se politiza de forma efectiva, no
fantástica. Ha habido y hay mucha gente que se afilia a Izquierda
Unida gracias a Internet. Es otro más de los campos de batalla y
creo que no jugamos mal en él.
M.O.: Desde luego que
no. Es muy interesante que te refieras a los espacios de
socialización, te has referido en escritos e intervenciones, en
charlas o debates a los profundos cambios que se han producido en ese
ámbito y en cómo nos afectan.
A.G.: Claro, porque
reconstruir tejido social y lazos colectivos es condición necesaria
para el bloque histórico. Fijémonos en la cultura del trabajo, la
precariedad ha modificado la cotidianidad de la clase trabajadora, en
cómo hemos pasado en 40 años de un modelo en el que era muy
habitual que el PCE encontrara su militancia y su cantera entre el
mundo obrero, vinculado a la gran empresa, con miles de trabajadores
sindicados. Desde entonces, la irresponsable desindustrialización
nos ha dejado un erial, lo que tenemos ahora es un espacio de enorme
fragmentación individualista. No es lo mismo politizarse en esos
centros de trabajo, que además en torno a ellos estaban sus propios
barrios, los trabajadores compartían empresa y vecindario, unos
bares, una socialización cotidiana. Hoy tenemos el modelo Delivero o
Glovo, o multitud de pequeñas empresas de 3 o 4 trabajadores. Ante
estos cambios, que debemos analizar en profundidad si queremos
establecer estrategias de construcción de ese bloque histórico,
tenemos que cambiar el sujeto de la estrategia, no pensando en los
partidos, sino pensando en abajo, en las clases sociales, en sus
espacios de socialización, para incidir en ellos. Para esto los
partidos son instrumentos, consiste en darle la vuelta al análisis
habitual que solemos hacer, unidad popular no es una alianza
electoral entre Podemos e Izquierda Unida sino cómo Izquierda Unida
y Podemos insertan sus estrategias en la vida cotidiana de la gente,
para que trabajen conjuntamente. Y eso está lleno de enormes
dificultades que tienen que ver con la fragmentación de la clase
trabajadora, con culturas diferentes, distintas tradiciones
políticas, pero ese es el camino, y es difícil generar espacios de
socialización con gente que no está organizada, con organizaciones
sin base organizada, por eso la batuta la tienen que tener aquellos
que estamos organizados. Esa es la estrategia y sé que es mucho más
fácil diseñarla y definirla que llevarla a la práctica, sobre todo
porque somos una fuerza modesta, humilde, con 20 mil afiliados y unos
40 mil simpatizantes, que además tenemos la cultura política de
activarnos en campaña electoral (que ahora supone prácticamente
todo el tiempo), una dinámica heredera de la dinámica eurocomunista
instalada largamente en nuestra organización. Nos cuesta trabajo
activarnos para campañas que no sean meramente electorales, y lo
digo en global, como organización, porque en IU tenemos cientos y
cientos de activistas que nutren frentes diversos de lucha, por eso
las campañas de afiliación deben acompañar a estos procesos de
activismo.
M.O.: En el año que
llega tendremos una Conferencia Política del PCE y una Asamblea
Federal de IU ¿Cuáles son los parámetros en los que crees deben
realizarse ambas?
A.G.: Insisto en que
tendremos que acometer esas tareas al mismo tiempo que se desarrolla
la actualidad política de una forma tan vertiginosa, al fin y al
cabo son cosas que no pueden ser ajenas a nuestra realidad, Lenin
escribió el “Estado y la Revolución” en un contexto
verdaderamente más convulso, con esa nota final en la que decía que
entonces tocaba hacer la revolución más que pensarla o escribirla.
Los caminos de la Conferencia Política del PCE y el de Izquierda
Unida a la Asamblea deben centrarse en estas cuestiones del análisis
de la realidad cotidiana, de la realidad concreta, porque al final lo
que tenemos que ver es cómo vive la clase trabajadora y cómo
podemos organizarnos para mejorar nuestras condiciones de vida. Es
verosímil pensar que la cuestión de la unidad electoral va a salir,
pero debe hacerlo como conclusión, no como punto de partida para el
análisis o el enzarzamiento semántico. En ese sentido, la
Conferencia Política debe de estar encaminada a un elemento más
reflexivo, en relación sustancialmente a cómo construir unidad
popular, porque muchas veces tendemos a dedicar muchas energías y
mucho esfuerzo a cuestiones que nos alejan de los problemas
cotidianos de las familias trabajadoras, y ver si se pueden sentir
representadas por la acción del Partido. Esa es la primera pregunta
que nos tenemos que hacer, y a partir de ahí construir sin
prejuicios pero con nuestra ideología.
M.O.: ¿Sigue siendo
válido el análisis y el proyecto de ruptura democrática? ¿Cómo
casa éste proyecto con la posibilidad de compartir gobierno con el
PSOE?
A.G.: Como ya he dicho,
vivimos una crisis de régimen que no se ha resuelto y el hecho de
que tengamos 4 elecciones generales en 4 años supone en cierta
medida un síntoma de esa ausencia de resolución. Hay una estrategia
ideada por determinadas personas, que usan muy bien la cabeza, para
llevarnos y conducir en nuestro país a unas reformas que cambian
algunas cosas sin alterar la estructura de poder de nuestro país, es
más, reforzándola. Esa visión reformista es una visión que pasa,
por ejemplo, por acuerdos entre el Partido Socialista y Ciudadanos,
son una serie de personas que piensan que esa es la mejor salida para
sus intereses, sin embargo no son hegemónicos, no consiguen
convencer a todos los actores políticos de este país, si no ya
tendríamos un gobierno PSOE-Cs. La crisis de régimen también ha
provocado que tengamos en España una clase dirigente que no está
cohesionada, está fragmentación hace que en contra de lo que decían
los bancos, no tengamos aún un gobierno PSOE-Cs. Esto manifiesta no
solo la autonomía de lo político, sino líneas de pensamiento
distintas. Por lo tanto, la crisis del régimen no está resuelta y
deja espacio a la ruptura democrática, entendiéndola como un
proceso constituyente a favor de los de abajo y de la clase
trabajadora, que se concreta en nuevas instituciones democráticas y
jurídicas, nuevas reglas de juego laborales... todo este proceso
constituyente está disponible, el problema está en que la
correlación de fuerzas ha ido variando en los últimos años y hemos
tenido desde el año 2017 un creciente fortalecimiento de las fuerzas
reaccionarias, que es sin embargo insuficiente para que ganen la
batalla, mientras que nosotros hemos tenido un cierto
desfallecimiento de nuestras fuerzas, pero que en términos
históricos siguen siendo notablemente altas, IU tuvo su techo en
1996 con un 10%. Pero no estoy hablando solo de número o votos, sino
en términos de impugnación del sistema, con nuevos focos, ahí está
Cataluña, el 8M, la emergencia climática... No hay nada cerrado, la
correlación de fuerzas se altera en función de los acontecimientos
y no está garantizado que vaya a ganar la derecha reaccionaria esta
batalla, como tampoco está garantizado que nosotros la vayamos a
ganar, estamos en una guerra de posiciones que se juega en múltiples
dimensiones, el marco cambia, como la agenda política, y no es lo
mismo disputar esa batalla en un terreno de debate económico o
social, que tenerlo sobre la cuestión nacional. Con respecto a lo
que dices del PSOE y el gobierno diré que no deja de resultar
fantasiosa la posibilidad de que el PSOE se avenga a constituir un
gobierno con medidas de progreso y transformación social, el
objetivo está encaminando a no permitir la cierre de la crisis
régimen por la derecha, una trayectoria que nos llevaría a un
cierre de la crisis de régimen de forma reformista y perjudicial
para la clase trabajadora en términos concretos. El objetivo es
ayudar a que el nuevo ciclo de movilizaciones que comienza a
atisbarse, los nuevos vectores de movilización, como el feminismo o
la ecología política, los propios pensionistas y las resistencias a
los cierres y despidos en la industria, así como las movilizaciones
de la España vaciada o los olivareros pasen de expresar un
descontento a ser parte de la movilización y la transformación real
del país. Tenemos que estar preparados para todo, el CIS dice que la
preocupación por la clase y el sistema político es uno de los tres
principales problemas para los españoles en este momento, hay placas
tectónicas en la sociedad que se están moviendo y pueden
cristalizar de muy diferentes formas. El reto del PCE y de Izquierda
Unida es que toda esa frustración y rabia se dirijan hacia
propuestas progresistas, comunistas, socialistas. Existe el riesgo
notable de que esa frustración sea canalizada por posturas
xenófobas, imperialistas, por lo que Max Weber llamaba posturas de
“cierre social”. Todo ello depende de una batalla política,
cultural y social que también tiene su reflejo en el intento de
tener la máxima influencia posible, incluso dentro del gobierno.
Publicado en el Nº 329
de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2019
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