Eva García Sempere
Coordinadora del Área Federal de Medio
Ambiente de Izquierda Unida
“No es el clima, es el
sistema”
“Si el planeta fuera un
banco ya lo habrían rescatado!”
“Sin planeta no hay
futuro”
“Ni un grado más ni una
especie menos”
Estos fueron algunos de
los lemas más coreados en las movilizaciones del pasado 15M en
nuestras ciudades, un día en el que la juventud de multitud de
países tomó las calles para denunciar lo que ya es evidente: somos
la última generación que podemos hacer algo frente al cambio
climático y nos quedamos sin tiempo.
Llevamos años hablando
de los riesgos del cambio climático, de cómo nos estamos jugando ya
no el futuro sino incluso el presente. Las emisiones de gases de
efecto invernadero están en niveles récord y no parece que haya
nada que indique que van siquiera a refrenarse. La ONU advierte que
todos los objetivos de desarrollo sostenible previstos para 2030 y
2050 están no solo lejos de alcanzarse, sino en claro empeoramiento.
El CO2 está en los valores más altos en los últimos millones de
años, las medias de temperatura siguen subiendo, las medias de
pluviometría bajando, aumentan los fenómenos climáticos extremos,
se mueren los mares, desaparecen especies, se compromete la
agricultura, se expanden las epidemias y ya hace tiempo que la
primera causa de desplazamiento son los motivos climáticos: los
refugiados ambientales ya son muchos más que aquellos que huyen de
conflictos bélicos.
Mientras tanto, la
realidad se impone: los países, en general, no impulsan medidas
reales que acometan el mayor reto al que se enfrenta la humanidad.
Existe un Acuerdo de París, convertido en papel mojado desde el
último informe del IPCC, que exige reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero en un 45% y eliminarlas para 2050.
No se han puesto en
marcha medidas para planificar la agricultura en un contexto de
reducción de los recursos hídricos, ni para abordar de manera real
qué ocurrirá con la expansión de las plagas debido al aumento de
las temperaturas. Ni parece que se esté contemplando qué ocurrirá
con los recursos pesqueros, cada vez más comprometidos y menguantes.
Tampoco sabemos muy bien
cuál es el plan para reducir por una parte el consumo energético,
como se nos demanda a las personas consumidoras, mientras seguimos
consumiendo productos producidos a miles de kilómetros o tenemos una
deficiente planificación urbanística y de transporte público que
impide de facto, en muchos casos, generar una alternativa al
automóvil privado.
La juventud que salió a
la calle el 15M nos pone en la mesa un mandato muy claro: hay que
hacer algo; no nos resignamos y queremos urgentemente políticas
reales, radicalmente transformadoras. Y las queremos ya.
Y esto es mucho más, al
menos así lo debemos entender desde las organizaciones de izquierdas
y con vocación anticapitalista, que promover un consumo diferente,
reciclar más y mejor, peatonalizar cuatro calles, o apostar por la
sensibilización y la educación ambiental. Mucho más que pugnar por
tímidas leyes en las instituciones. Por supuesto no se trata de
contraponer las medidas y elegir unas u otras: Es hora de comprender
que hemos de afrontar un cambio civilizatorio, ante el que hemos de
tener claras las prioridades.
Resulta cuanto menos
difícil establecer medidas de consumo responsable en un mercado
globalizado, con multinacionales alimentarias fuertemente
subvencionadas que imponen sus productos y en un contexto en el que
más de un cuarto de la población tiene verdaderos problemas para
llegar a fin de mes. Las personas usuarias de los bancos de alimentos
no pueden elegir qué comer: serán productos, en la mayor parte,
procedentes de las grandes empresas perceptoras de la PAC. Cabe
entonces preguntarse si para garantizar un consumo responsable no
habría que empezar transformando completamente el sistema de
subvenciones a la producción y a los bancos de alimentos. ¿No sería
más justo y sostenible un banco de alimentos nutrido con productos
frescos y de producción local, que mejore tanto la alimentación de
las personas como el balance energético?
¿Cómo decirle a una
persona mayor y enferma en Écija, que cuando en agosto alcancen los
45 grados no recurra al aire acondicionado? Todavía recordamos con
horror las recomendaciones que se han hecho años anteriores, ante
una ola de calor, de “que se vaya a los centros comerciales a estar
frescos”. No olvidemos que, tal como advertía un estudio en el que
participó el CSIC y que fue presentado el pasado año, “si las
temperaturas aumentasen de manera global entre 3 y 4 grados, en lugar
del 1,5 recomendado por el Acuerdo de París, la mortalidad por calor
ascendería entre el 0,73 y el 8,86%” “En el caso de España los
datos muestran un aumento de entre el 3,27 y el 6,29%”.
Y no, no siempre pueden
recurrir al aire acondicionado. Y no siempre pueden acondicionar su
casa para hacerla más energéticamente sostenible. Por la sencilla
razón de que en muchas ocasiones apenas pueden pagar el alquiler. En
otras, directamente no lo pueden hacer.
Así, podemos recorrer de
manera parecida toda la cadena productiva, energética y social de
nuestro país.
Que hemos de decrecer en
términos globales el consumo de recursos naturales y de energía es
también ya una realidad inapelable. Pretender que se haga de igual
manera en China que en Eritrea, o de la misma manera en el barrio de
los Asperones que en el de la Malagueta roza la sociopatía. Es
necesario partir de la constatación de que el 71% de las emisiones
de CO2 a nivel global procede únicamente de 100 grandes empresas.
No, no todas somos
igualmente responsables.
Insisto: hemos de
decrecer como sociedad global. Pero aquí solo habrá dos
posibilidades:
Una, a la que nos aboca
el sistema capitalista y consiste en decrecer a través del mercado y
sus representantes públicos más o menos violentos y entonces
estaremos ante un escenario distópico, en el que unos pocos
acumularán todos los recursos y la inmensa mayoría se quebrará en
una sociedad con falta de agua, en permanente inseguridad alimentaria
y sufriendo enfermedades y tragedias asociadas al cambio climático.
Es decir, lo que en
términos marxistas sería una acumulación por desposesión
definitiva y letal.
Cabe sin embargo otra
opción, pero hemos de actuar con rapidez y determinación. Se trata
de la que muchas entendemos como única salida posible si queremos
garantizar el acceso a los recursos, los bienes y los servicios de
manera universal. La única si entendemos que la solidaridad se hace
en el espacio, con vocación universal, pero también en el tiempo,
contando con las siguientes generaciones que aún no están:
políticas valientes de planificación democrática de los recursos y
los medios de producción.
El mercado nunca
garantizó derechos a nadie, y ahora estamos en el punto en que hemos
de garantizar derechos.
Desde lo público, con
una intervención valiente en la planificación agraria, en los
transportes, en el sistema energético, en la cadena de
producción-transformación y consumo…En definitiva, en todos los
sectores responsables de las emisiones de efecto invernadero.
Cambiando las reglas de
juego del comercio internacional que ponen por delante los intereses
de las trasnacionales a los derechos laborales, ambientales y
sociales a través de tratados de libre comercio nefastos. Y
empezando desde casa, desde lo local, con sectores estratégicos
puestos en las manos de lo común.
Pero, y esto es
fundamental, hemos de hacerlo teniendo muy clara la vocación
democrática: esta planificación ha de ser hecha no solo para, sino
por la propia sociedad. Y aquí sí, el papel y la responsabilidad de
los pueblos es indiscutible: quién, cómo, cuándo y cuánto se
decrece tendrá que ser planificado meticulosamente por políticas
hechas por la clase que en primer lugar y mayoritariamente va a
sufrir las consecuencias del cambio climático y la reducción de
recursos. Asumiendo además que los cambios habrán de ser de raíz.
A la necesaria consigna
de “socialicemos los medios de producción” habremos de sumar la
“gestión común de los recursos naturales” pero también, y de
manera central, “la socialización de la toma de decisiones”
sobre qué, cómo y para qué producimos y consumimos inspirados por
una nueva ética en la que la conservación de la vida sea el
elemento principal.
Se acaba el tiempo.
Elijamos bien el lado de la historia en que queremos estar. Y
tengamos presente en esta nueva era que ya tenemos aquí la
advertencia de Eduardo Galeano:
“La salvación
del medio ambiente está siendo el más brillante negocio de las
mismas empresas que lo aniquilan.”
Eva García Sempere
Diputada de IU-Unidas
Podemos por Málaga en la XII legislatura. Licenciada en Biología.
Experta universitaria en Desarrollo Local Coordinadora Federal del
Área de Medio Ambiente en Izquierda Unida. Miembro del Comité
Central del PCE.
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