José Manuel Mariscal
Cifuentes
Secretario General del PCA y Senador de IULV-CA
Extender la
convergencia más allá de los centros urbanos y las capas medias profesionales e
ilustradas es, para mí, un requerimiento estratégico fundamental.
La historia del PCE es la historia de su política de
alianzas. Converger significa concurrir al mismo fin, y para ello hay que
identificar qué sujetos pueden concurrir y con qué fin lo hacen. Las alianzas
son necesarias, por lo tanto, en la medida en que ayuden a conseguir el fin
propuesto.
La historia de todas las sociedades conocidas hasta ahora es
la historia de la lucha de clases, así ha sido y así sigue siendo, y no es
necesario recurrir al convencimiento del enemigo de que así es, Warren Buffet
dixit, basta con contemplar la realidad y encajarla en el proceso histórico del
proyecto neoliberal. Pero como nos recuerda Domenico Losurdo, la lucha de
clases casi nunca se expresa en estado puro, casi nunca se limita a comprometer
a los sujetos directamente antagonistas, es sobre todo esta falta de pureza lo
que permite que desemboque en una revolución social victoriosa. Y ahí es donde
situamos la política de alianzas.
Por lo tanto, los sujetos que pueden concurrir a un mismo
fin son sujetos de clase. Que la posmodernidad y el discurso hegemónico de que
las luchas ya sólo se dan entre relatos y discursos, que hacen que existan las
cosas nombrándolas; que las batallas de ahora se dan con las armas de la
consagrada comunicación política, no nos va a convencer, sin embargo, de que la
lucha de clases, y con ella la historia, haya terminado.
Ojalá se pudieran dar alianzas de clase en mesas camilla y
por arriba. Nos sentamos los representantes de la clase obrera de los escasos núcleos
industriales del país; los representantes de los trabajadores que se quedaron
parados en los noventa y se hicieron autónomos y triunfaron con la burbuja
inmobiliaria y ahora se encuentran en riesgo de exclusión social, como se dice
cuando no tienes pan que llevarte a la boca; los representantes de los hijos de
la clase obrera que estudió y estudió y ahora están en el paro o la emigración;
los representantes de las trabajadoras que entran y salen de casa, autobús,
metro, casa, hijas, autobús, metro, abuelas, fregar escaleras, reponer
estanterías, cobrar en las cajas de los supermercados, calentar hamburguesas de
carne hormonada… echar horas, cobrar miseria; los representantes de los
comerciantes asediados por las grandes superficies; de los pequeños empresarios
víctimas de la usura de la banca privada que recibe dinero público a espuertas;
etc. Los representantes de cada fracción de clase víctima de la crisis nos
sentamos en una mesa, identificamos al enemigo común, ponemos firme a nuestras
huestes y hacemos la revolución. No, sabemos que no es así. Por eso la política
de alianzas no es algo sencillo, por eso es tan apasionante.
Los que rechazan los acuerdos cupulares para la convergencia
no se han enterado de que no van por ahí los derroteros de la cuestión. Quizá
los que rechazan de manera tan tajante los acuerdos cupulares están, en verdad,
proyectándose. Porque lo que nos están contando algunos es que la revolución se
puede hacer con el mando a distancia. Y no.
La convergencia sólo es posible si se expresa a través del
conflicto social, es en el conflicto donde se expresan las alianzas, donde se
elabora la alternativa, donde la clase se convierte en clase para sí.
Vale, pero, ¿y las elecciones municipales?. Una de las
rémoras del eurocomunismo es, sin duda, el electoralismo y el
institucionalismo, entendidos como modos de funcionar y organizarse orientados
casi exclusivamente al ámbito de las instituciones y la lucha electoral. Esta
crítica no desdeña las instituciones. Al contrario, nuestra tradición leninista
sitúa la cuestión del Estado, y su relación con la revolución y la forma
partido, en el centro de nuestra estrategia. Pero sabemos también que no hay
victoria institucional que valga si esta no se asienta sobre un bloque social
sólido. La respuesta a qué hacemos con las elecciones municipales es sencilla
si situamos esta cita electoral en un proceso de acumulación de fuerzas y las
enmarcamos en el ciclo electoral que se abrió en mayo pasado y que nos debe
llevar hasta unas elecciones legislativas que derroten al bipartidismo
monárquico y sus renovadas expresiones y sitúen a nuestra organización
comunista como agente influyente en la construcción de la alternativa, en el
proceso constituyente.
El derecho a la ciudad, como dice David Harvey, es una exigencia
que puede sintetizar los fines comunes de la convergencia hasta las elecciones
municipales. Los comunistas debemos trabajar para hacer sujetos de la
convergencia ciudadana a los sectores de clase cuya ciudadanía no es
reconocida, a las clases trabajadoras de los barrios obreros, a las capas
populares de los barrios excluidos. Extender la convergencia más allá de los
centros urbanos y las capas medias profesionales e ilustradas es, para mí, un
requerimiento estratégico fundamental y un reto en estos momentos.
En conclusión, creo que la tarea de los y las comunistas es
reforzar los espacios de convergencia generados en torno al conflicto social
con especial atención a las Marchas de la Dignidad , implicando al movimiento obrero
organizado que tendrá que entender, más temprano que tarde, que no hay salida a
la crisis desde la concertación, que el dilema es restauración o ruptura. Y de
cara a las elecciones municipales, trabajar para extender la convergencia,
empoderando al pueblo trabajador en sus diversas expresiones, desatando el
conflicto social.
Publicado en el Nº 277 de la edición impresa de Mundo Obrero
octubre 2014
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