Hubo una vez en la que el
fantasma de la emancipación socialista recorrió Europa. Durante la
segunda mitad del siglo XIX las insurrecciones populares reflejaron
la emergencia de la clase obrera como actor organizado y a principios
del siglo XX la metáfora socialista parecía fielmente encarnada en
los grandes partidos de masas de la familia socialdemócrata. En el
período de entreguerras el partido socialdemócrata alemán, el
partido de Marx y Engels, llegó a alcanzar el 37,8% de los votos, el
finlandés el 37%, el austriaco el 40,8%, el belga el 39,4%, el
noruego el 32%, el sueco el 39% y el danés el 46%, entre otros.
España era, por entonces, parte de la excepción. Sencillamente, en
un país esencialmente agrario y muy débilmente industrializado no
había condiciones para la emergencia de un partido socialdemócrata
tan fuerte como en el norte, y el PSOE tuvo que esperar a 1910 para
obtener su primer diputado.
Tras la II Guerra Mundial
la socialdemocracia concluyó el abandono del reformismo, optando en
su lugar por la simple gestión keynesiana, y sus escisiones
comunistas se organizaron disciplinadamente en torno al poder
político de Moscú. Con la disolución de la Unión Soviética, la
irrupción del neoliberalismo y la globalización económica, la
socialdemocracia volvió a dar otro giro para abrazar la "tercera
vía", un producto básicamente liberal, mientras que los
partidos comunistas entraron en lo que Enzo Traverso llama en su
último libro la "melancolía de izquierda". Las utopías y
la metáfora socialista daban paso así a un tiempo sin tiempo, a un
futuro ensombrecido por las derrotas políticas pasadas y por los
nuevos conocimientos sobre los límites de nuestra práctica política
(¡y los límites de nuestro planeta!).
Bastante tiempo después
las cosas son muy diferentes. En las últimas elecciones europeas han
ganado las derechas conservadoras y tradicionalistas con casi el 40%
de los votos. Frente a ellas, la socialdemocracia ha caído hasta el
19,31% y la izquierda transformadora ha hecho lo mismo hasta al
5,19%, mientras que los partidos liberales han crecido hasta el
14,51% y los verdes hasta el 9,19%. No obstante, el perfil concreto
de esta fotografía es mucho más complejo cuando observamos las
singularidades de cada país. Desde la victoria de la ultraderecha en
Francia hasta el "sorpasso" de los verdes a los
socialdemócratas en Alemania, pasando por la resistencia de la
socialdemocracia tanto en Portugal como en España. Hay vectores
tradicionalistas y reaccionarios que tratan de abrirse paso al mismo
tiempo que otros vectores progresistas y radicales le disputan el
protagonismo. Y todo ello ocurre en un marco dibujado por la disputa
por la hegemonía internacional. La guerra comercial entre Estados
Unidos y China, el papel de las cadenas globales de valor en un mundo
globalizado, las luchas de las empresas transnacionales por los
recursos no renovables (petróleo, minerales, etc.) en un mundo
asolado por el cambio climático, el tipo de dominio financiero del
gran capital alemán sobre el resto de los países europeos, o el
modelo de inserción de las economías periféricas en la
distribución internacional del trabajo son algunos de los aspectos
que perfilan estas batallas políticas… muchas veces sin que se
explicite.
España es de nuevo una
excepción. Aquí y en Portugal la socialdemocracia tradicional
resiste, mientras que en Grecia la izquierda transformadora parece
jugar el mismo rol, aunque bajo otras etiquetas. No es casualidad que
se trate de los países más golpeados por la grave crisis económica
iniciada en 2008, que en nuestro país abrió las puertas al convulso
ciclo político de 2008-2015. Tras ese período, los países más
afectados por los recortes en los servicios públicos parecemos
seguir creyendo en las bondades del Estado Social mientras que los
países del norte optan preferentemente por su disolución
progresiva.
En el año 2008 el PSOE
consiguió obtener once millones de votos, aunque al precio de negar
la crisis económica que estaba ya emergiendo en el país. Como
consecuencia de esta, tres años más tarde, en 2011, esa cifra de
votantes se había reducido hasta los siete millones. En efecto, en
apenas tres años el PSOE se había dejado cuatro millones de votos,
de los cuales sólo una pequeña parte fue recogida por IU y otra por
UPyD. La mitad de aquellos votos perdidos, dos millones, seguían en
la abstención. La irrupción de Podemos en 2014 revolucionó el
panorama político y en las elecciones generales de 2015 obtuvo cinco
millones de votos, movilizando a esa abstención de dos millones y
dándole otro bocado de otros dos millones al PSOE (que ya en
aquellas elecciones bajó a los cinco millones de votos), otro medio
millón a IU (que se quedó al borde de la desaparición) y otro
medio millón a otros partidos. El bipartidismo había colapsado por
su izquierda y el sistema político estaba en redefinición.
Al inicio de 2016, sin
embargo, el proceso se estancó primero y se invirtió después.
Desde aquellos meses, y probablemente debido a la frustrada
constitución de un Gobierno alternativo al del PP, el espacio de la
izquierda en su conjunto se estrechó. Las elecciones de junio de
2016 pusieron de relieve que un millón doscientos mil votantes de
izquierdas se volvieron a la abstención, correspondiendo cien mil al
PSOE y el resto a Podemos e IU. La unidad política entre Podemos e
IU, que tanto costó articular, no pudo evitar la caída de votos,
aunque sí consiguió evitar el descalabro en escaños, que se
mantuvieron en número gracias a la ley electoral.
Durante el resto de 2016
y parte de 2017 todos los indicadores electorales y sociales
mostraron sistemáticamente la debilidad del espacio electoral de
Unidas Podemos. Ello coincidía con dos fenómenos paralelos: la
irrupción de la agenda nacionalista en escena, con su clímax en
otoño de 2017, y la mejora de la economía y de la percepción
ciudadana al respecto. Sin embargo, hubo dos hitos que aceleraron
intensamente aquel desgaste de la base electoral: la victoria de
Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, en primavera de 2017 y,
sobre todo, la moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018.
Ambos hitos impulsaron al PSOE y redujeron casi en la misma
proporción el apoyo de Unidas Podemos. La transferencia de votos
parecía haberse invertido y el PSOE comenzaba a recuperar apoyo del
espacio político de la izquierda transformadora.
Aquella tendencia de
desgaste y estrechamiento del espacio político de Unidas Podemos,
esto es, del espacio político a la izquierda del PSOE, fue
progresiva y sin pausa. El PSOE iba recuperando el voto perdido desde
2008, y realmente lo conseguía más por golpes de efecto que por
políticas concretas. Pero fue en 2019 cuando esa situación se
agudizó en una suerte de traca explosiva. Tiene razón Pablo
Iglesias cuando afirma que "las divisiones hacen mucho daño a
la izquierda", y bien lo sabemos quienes además lo hemos
sufrido entre bastidores. Desde enero de 2019 se desató una oleada
de escisiones que contribuyó a crear un imaginario social de
"desastre venidero inevitable". Gaspar Llamazares anunció
que formaba un partido nuevo, provocando un incendio en IU y en
Asturias; Íñigo Errejón le imitaba en Madrid, abriendo en canal a
Podemos y, de paso, a sus aliados en la región; las derivadas de
aquello supusieron nuevas dimisiones, como las de Ramón Espinar, un
sinfín de acusaciones cruzadas en la plaza pública y la decisión
de Manuela Carmena de no contar con IU ni con Podemos para la
candidatura de la alcaldía de Madrid; EnMarea decidió escindirse en
Galicia, debilitando a los ayuntamientos de Santiago, Coruña y
Ferrol; Compromís anunció que rompía la coalición en Valencia;
Izquierda Anticapitalista rompió con Podemos en todo el país; el
coordinador de IU en Cataluña se marchó a ERC pero sin dimitir de
coordinador para dejar el partido bloqueado… Podría continuar,
pero supongo que no hace falta.
Pero resistimos. La
campaña de las elecciones generales fue extraordinaria y la
militancia se volcó en la tarea de resistir. Pablo Iglesias hizo
unos debates estupendos y muy bien acotados y dimos la sorpresa al
resistir con un 14,3%. Parecíamos haber detenido la hemorragia de
votos. Con todo, el PSOE ya había recuperado dos millones de votos
desde 2015.
Las elecciones locales y
autonómicas
Y así es como llegamos a
estas últimas elecciones locales, autonómicas y europeas. Hemos
tenido, como espacio político, unos malos resultados. Y tenemos que
hacer autocrítica, pausada y de vista larga, pero no podemos decir
que nos sorprenda esta situación. Hemos pagado las consecuencias de
nuestros propios errores, y también de los aciertos de los demás.
En efecto, estas elecciones han puesto de relieve que la tendencia
del estrechamiento del espacio electoral a la izquierda del PSOE ha
continuado. En las elecciones europeas hemos perdido 4,24 puntos
respecto a las generales de hace un mes, y hemos perdido casi 8
puntos respecto a las elecciones europeas de 2014.
Tal y como venía
describiendo, el PSOE ha mejorado sus resultados autonómicos una
media de 7,57 puntos, mientras que nosotros hemos caído una media de
8,14 puntos. En efecto, la transferencia de votos es perceptible en
un trazo grueso, pero también en trazo fino. En particular, el
espacio de UP ha bajado más en aquellos territorios donde el PSOE ha
subido más. Como se puede observar en el siguiente gráfico, esto es
bastante claro (aunque no perfecto).
Además, las caídas han
sido más pronunciadas allí donde hemos ido separados (todos los
territorios con punto rojo en el gráfico) y menor allí donde hemos
ido unidos. De media hemos caído 9,82 puntos en los territorios
donde íbamos separados y hemos caído un 6,62 en aquellos otros
donde hemos ido juntos. Como he dicho estos días: "La unidad
política no construye socialismo, pero fuera de la unidad sólo hay
destrucción".
Es llamativo también
que, en todos los territorios, con la excepción de Asturias, los
resultados de las generales de hace un mes han sido mejores que en
estas autonómicas. Pero aún más llamativo es que en las elecciones
europeas, que se votaban a la vez, se han tenido mejores resultados
en todos los territorios menos en Asturias y Aragón. Las
candidaturas de unidad, en general, han resistido mejor.
Por otra parte, el caso
de Madrid es paradigmático. Porque la irrupción de Más Madrid se
justificó por su supuesta "competición virtuosa", es
decir, porque teóricamente la división no restaría. En realidad,
el espacio político de Más Madrid, Podemos e IU ha perdido 2,44
puntos respecto a lo que sacó Podemos e IU en 2015. Puede decirse
que Madrid sufre el mismo proceso de estrechamiento del espacio
electoral que el resto del país, si bien hay que conceder que es el
territorio donde menos se pierde y donde menos gana el PSOE. Es
decir, es probable que Más Madrid contribuya mejor a frenar la huida
de votos al PSOE aunque no lo consiga.
Por supuesto, más allá
de los votos también las leyes electorales nos han masacrado en
escaños allí donde hemos ido por separado. El caso de Castilla y
León es representativo, pues en la provincia de Valladolid ni
Podemos ni IU hemos sacado escaño aun obteniendo un 4,65% y un 4,07%
respectivamente y sin embargo Vox ha obtenido un escaño con un
6,85%.
En el terreno municipal
hemos aguantado muy bien en las pequeños y medianos municipios,
manteniendo e incluso aumentando concejales en muchos territorios.
Además, hemos mantenido alcaldías también en ciudades de tamaño
medio como Cádiz o Zamora. Sin embargo, las elecciones locales están
siempre sujetas a especificidades y no pueden extraerse conclusiones
categóricas. Detrás de esos excelentes resultados está el gran
hacer local de Kichi y Guarido, alcaldes de esas ciudades, y de sus
equipos, pero no tanto de sus marcas respectivas. En efecto, Kichi ha
revalidado la alcaldía con el 43,59% y Guarido con el 48,08%. Sin
embargo, en las elecciones europeas Podemos e IU han obtenido un
23,91% en Cádiz capital y en las autonómicas IU ha obtenido un
6,09% en Zamora capital. Este voto dual es propio de alcaldes
carismáticos, como también le sucede al alcalde del PP en Estepona,
Urbano, que ha sacado un 69% en las municipales y un 33,56% en las
europeas. Los toboganes funcionan.
Los resultados son malos
para nuestro espacio político. Pero frente a quienes creen que esto
es la consecuencia de las habilidades y prácticas de seres
individuales dotados de gran o escasa inteligencia, yo apuesto, sin
restar importancia a lo anterior, por factores de fondo más
vinculados a trayectorias de medio plazo. Necesitamos un debate
sereno para preguntarnos el "porqué" de estas dinámicas
aquí descritas. En mi opinión, es posible que en este momento no se
den las condiciones económicas que "permitan" la
existencia de una izquierda transformadora tan potente como la que
hemos visto en los últimos años, lo que obliga a reconfigurar el
espacio político a partir de una nueva y mejor articulación entre
los diversos actores que conformamos el mismo. Nos hemos educado en
diferentes culturas políticas, tenemos distintos bagajes y
disponemos de distintos recursos organizacionales (por ejemplo, en IU
disponemos de una más amplia implantación local mientras que
Podemos dispone de una más amplia base electoral), y debemos
encontrar las sinergias necesarias para cumplir nuestros objetivos.
Más coordinación.
En el fondo se trata de
un obligado cambio de estrategia que cree las condiciones de un nuevo
crecimiento de nuestra base social y electoral, lo que a mi juicio
pasa por insistir en la práctica en las instituciones, pero también
con los actores sociales organizados. Me temo que hay que huir de
propuestas maniqueas o simplistas, dado que los problemas complejos
siempre requieren soluciones complejas.
Ello implica, a su vez,
hablar de personas y relaciones sociales, por lo que nuestras
organizaciones deben cuidarse mutuamente y cuidarse ellas mismas
también. La tendencia cainita no sé si será controlable en la
izquierda, pero sí debería serlo la forma con la que nos dirigimos
a nuestros adversarios políticos dentro de nuestro propio espacio.
La beligerancia con la que buscamos culpas en el otro, por ejemplo,
es absolutamente ineficaz pero también suficientemente lamentable.
Pero, sobre todo, es
momento de pensar en profundidad qué tipo de instrumento necesitamos
para hacer frente a los retos ecológicos, económicos y sociales que
tenemos por delante las sociedades europeas. De momento, esa disputa
dista de resolverse por la izquierda, como estamos viendo en el norte
de Europa, y las amenazas son muy elevadas para las familias
trabajadoras. Y replantearse esto significa preguntarse con
honestidad por qué no llegamos como nos gustaría a la base social
que decimos representar, estando dispuesto a dudar de todos nuestros
prejuicios ("de omnibus dubitandum" repetía Marx). Somos
herederos, o al menos así lo siento yo, de todos los hombres y
mujeres a los que hacía referencia al principio de este artículo, y
les debemos una lucha que exige una adecuada comprensión de la
realidad y el contexto. Los instrumentos han de adecuarse a cada
contexto. El siglo XXI está construido de nuevas relaciones
sociales, tecnológicas e institucionales que apenas podían
vislumbrarse hace doscientos años y que los actores políticos no
pueden ignorar.
Las estructuras sociales están cambiando en direcciones que hubieran sido impensables en la época en la que se ideó la "metáfora socialista" y los símbolos han cambiado sus significados en todo este tiempo. Poner en cuestión las conexiones ideológicas, materiales y prácticas con las que nos relacionamos con nuestros votantes es un paso imprescindible para avanzar. La terquedad y el dogmatismo no ayudarán en absoluto.
Las estructuras sociales están cambiando en direcciones que hubieran sido impensables en la época en la que se ideó la "metáfora socialista" y los símbolos han cambiado sus significados en todo este tiempo. Poner en cuestión las conexiones ideológicas, materiales y prácticas con las que nos relacionamos con nuestros votantes es un paso imprescindible para avanzar. La terquedad y el dogmatismo no ayudarán en absoluto.
Decía Manuel Sacristán
que en tiempos de derrota de la izquierda transformadora hay dos
pulsiones o tentaciones que deberían evitarse. Una es la entrega a
la causa socialdemócrata, que se produciría como resultado de la
pérdida de confianza en los instrumentos que han sido derrotados.
Esto es lo que él identifica como la "tradición de derecha".
La otra pulsión es la atrofia política que se produce ante la
ausencia de perspectivas tras la derrota y que llevaría a la
"inhibición de las luchas posibles" o de los "objetivos
intermedios", con la fe depositada en la mística expectativa de
que "algo pasará" que cambie nuestras posibilidades
reales. Esto es lo que siempre se ha llamado izquierdismo. Esta
fórmula de desconexión social es muy propia de los momentos como
estos y es muy atractiva porque es autocomplaciente.
Me temo que ambas
pulsiones surgirán en estos meses y que el elemento en común que
mantienen es su rechazo a la unidad política del espacio que se ha
estado construyendo hasta ahora. Sin embargo, creo que la mejor
herramienta pasa por reforzar esa unidad y por debatir y descubrir
cómo somos capaces de aprovechar la potencialidad de este espacio
político que, aunque disminuido actualmente, representa lo mejor de
este país. Algunos seguiremos dedicando nuestro tiempo y energías a
construir esta posibilidad.
Alberto Garzón Espinosa
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