Alberto Garzón Espinosa.
Diputado comunista de IU por Málaga y candidato a la presidencia del Gobierno
Ayer
se cumplieron exactamente diez años desde la repatriación a Sevilla de los
restos de José Díaz, secretario general del Partido Comunista de España entre
1932 y 1942. El ayuntamiento de Sevilla, a instancias de Izquierda Unida y del
propio PCE, facilitó entonces tanto la repatriación como el entierro, teniendo
lugar éste en la simbólica fecha del 1 de mayo.
Pepe
Díaz, como le llamaban en su Sevilla natal, fue uno de los principales
artífices del Frente Popular. No obstante, todavía hoy su figura es poco
conocida, incluso entre la propia izquierda comunista. José Díaz fue un
panadero que comenzó a trabajar con apenas once años, militó en la CNT y nunca
destacó por su oratoria o por sus contribuciones intelectuales. Sin embargo,
fue para muchos el verdadero fundador del PCE, y su historia ha estado siempre
llena de mitificaciones interesadas. Tanto es así que su recuerdo sobreviene
cada cierto tiempo para justificar distintas -y a menudo antagónicas-
estrategias tales como el eurocomunismo o la fundación de Izquierda Unida.
No
obstante, su memoria no ha de conocerse y preservarse sólo por mero interés
histórico. La trayectoria de José Díaz es una sugerente y rica visión de lo que
hoy volvemos a llamar unidad popular. Conviene, en consecuencia, saber bien
quién fue y qué defendió. Y, además, conviene leerle como se ha de leer a los
clásicos –probablemente los mejores textos sean el enorme trabajo de Alejandro
Sánchez Moreno, José Díaz, una vida en lucha y los discursos recogidos en José
Díaz, la pasión por la unidad–.
José
Díaz fue sin duda el líder comunista que mejor supo entender el momento
histórico por el que atravesaba el país en los años treinta. Y fue quien supo,
en consecuencia, cómo dejar atrás el sectarismo dominante hasta entonces en el
PCE. Cuando Díaz fue elegido secretario general, en 1932, el PCE todavía estaba
atrapado por la sectaria política de alianzas que mandataba por entonces la
Internacional Comunista. La llamada tesis sobre el tercer período imponía que
el único instrumento válido era el Frente Único por la Base, una estrategia que
impedía la negociación con otros partidos de izquierdas –a los que se acusaba
de colaboracionistas con el fascismo y de sostenedores de una república
antitrabajadores. De acuerdo con esas tesis, la convergencia sólo podía
realizarse directamente con los obreros. Es decir, nada de negociaciones con
dirigentes.
Sin
embargo, el ascenso de Hitler al poder obligó a la izquierda internacional a
replantearse esas posiciones intransigentes. La existencia de un enemigo común,
el fascismo, amplió las miras de comunistas y socialistas. Así, la
Internacional Comunista comenzó a variar sus tesis. No obstante, fue un gesto
electoral, en 1933, el que determinó el cambio de rumbo del comunismo y las
izquierdas españolas.
Eran
años de elecciones y el PCE se adhirió en Málaga a una candidatura conjunta
denominada Frente Único Antifascista. Las negociaciones del acuerdo de
convergencia las llevó directamente el propio José Díaz, quien además tuvo que
negociar no sólo con los socialistas y socialistas radicales sino también con
los propios militantes y dirigentes del PCE contrarios a la unidad popular. Las
anécdotas cuentan que al llegar a Málaga, José Díaz mandó quemar las papeletas
con las que el PCE pretendía presentarse en solitario. El objetivo era claro:
la unidad popular. Finalmente, se consiguieron cerrar los acuerdos y la coalición
se presentó con un programa de mínimos en defensa de la clase trabajadora.
Entre los tres representantes elegidos por el Frente Único Antifascista estaba
el médico comunista Cayetano Bolívar, que se convirtió así en el primer
diputado electo en la historia del PCE. Y el único en esas elecciones.
A
partir de 1934 se aceleraron los cambios. Fue entonces cuando el PCE ingresó en
las Alianzas Obreras, una plataforma de unidad que había sido creada en
Cataluña en 1933 y en la que participaban partidos troskistas, algunos
sindicatos libertarios, el PSOE de Barcelona, la UGT y otras fuerzas de
izquierdas. Precisamente esas Alianzas Obreras serían más tarde las
responsables de la revolución de Asturias, en octubre de 1934. En realidad el
PCE no tuvo allí una participación importante, pero inteligentemente se hizo
responsable de lo sucedido –al contrario que el PSOE-, lo que le dio una
rentabilidad política enorme. Desde entonces el giro hacia la unidad popular se
radicalizó.
Tras
los acontecimientos de Asturias, José Díaz propuso la unificación sindical
entre su sindicato, la CNT y la UGT. También propuso la creación de un comité
de enlace entre el PCE y el PSOE, e incluso llegó a proponer la creación de un
único partido de la clase obrera. Además, la nueva estrategia del PCE era de
tipo interclasista, y aspiraba a unificar en la acción y electoralmente no sólo
a comunistas, anarquistas y socialistas sino a todos los partidos que quisieran
frenar a la oligarquía española.
José
Díaz parecía convencido de que la necesidad histórica de la unidad popular era
también un deseo de las gentes trabajadoras, y en uno de sus discursos así lo
dejó claro: "Si no comprendéis el momento que vivimos, si no os ponéis a
la altura de las grandes masas, que piden a gritos el Frente Único y la
Concentración Popular para vencer al fascismo, cometeréis el crimen más grande
que pueda cometerse contra las masas obreras y antifascistas que decís
defender".
En
realidad, para José Díaz y para el PCE, el bloque popular no tenía únicamente
propósitos electorales. Y esto era muy importante. En la tradición marxista las
instituciones parlamentarias son sólo un medio para transformar la sociedad, y
por lo tanto el bloque popular tenía que operar también en las calles y en los
sindicatos. De ahí que nacieran en aquellos años las Juventudes Socialistas
Unificadas (unión de las juventudes comunistas y socialistas), partidos como el
PSUC (que unía a partidos socialistas y comunistas) e incluso que tuviera lugar
la integración de la central sindical CGTU en la UGT.
No
obstante, las elecciones de 1936 tenían para el PCE de José Díaz una
importancia esencial. Él llegó a afirmar que no eran unas elecciones de
carácter normal, en la que simplemente se ventilaran actas de diputados, sino
que declaró que «nos jugamos toda una situación, nos jugamos todo un régimen».
Gracias a esa concepción, y tras duras negociaciones, el PCE logró colocar en
las listas del Frente Popular a muchos de sus dirigentes claves. José Díaz se
presentó finalmente por Madrid, si bien imponiéndose a los dirigentes
madrileños. Éstos se negaban a una intervención en su circunscripción y querían
que José Díaz se presentara por Sevilla. Madrid ya era así.
Tras
las elecciones, el PCE obtuvo un total de diecisiete diputados y las izquierdas
pasaron a controlar el parlamento. Un notable crecimiento, dado que hasta
entonces sólo había un diputado. No obstante, José Díaz afirmó que ello no
reflejaba ni la fuerza ni la influencia del partido en el país, y explicó que
socialistas y comunistas habían hecho grandes sacrificios para sacar adelante
el Frente Popular. El resto de la historia es bien conocido.
Nunca
los modelos son exportables, ni geográfica ni temporalmente, y nunca contextos
y protagonistas son los mismos. A veces ni siquiera se parecen. Pero sí es
verdad que ocasionalmente en la historia devienen momentos en los que se
disputa mucho más que unas actas institucionales. Momentos en los que se decide
mucho más que un programa electoral. Y emerge ahí una necesaria disputa
intelectual que nos remite al ¿qué hacer? Pero inevitablemente surge también
cierto tipo de sectarismo que toma formas terribles de impostura y arrogancia.
Y así llegamos a posiciones presuntamente abiertas que niegan la cooperación y
a impostados discursos obreristas que se oponen a la tradición socialista.
Ojalá
logremos que prevalezcan los principios y valores que mueven la historia por la
izquierda. Así es como, casi ochenta años después desde la unidad popular
republicana, hoy las izquierdas podrían cooperar para evitar que el capitalismo
se reajuste sobre nuevas bases. Bases neoliberales que son bien conocidas por
todos, y que se caracterizan por un nivel de explotación laboral, social y
ecológica sin precedentes en la historia de la democracia. Se trata de eso, ni
más ni menos. Lo que está en juego no son las próximas elecciones, sino las
próximas generaciones.
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