Luis Felip
Ayer, miles en todo el país nos manifestábamos por el
referéndum sobre la monarquía. En Málaga, esta manifestación fue convocada
conjuntamente por 14 organizaciones (y espero no dejarme a nadie en el
tintero): Alternativa Republicana, Comisiones Obreras, Equo, Foro de Debate
Republicano, Frente Cívico Somos Mayoría, Izquierda Anticapitalista, Izquierda
Unida, Partido Comunista de Andalucía, Podemos, Red de Municipios por la Tercera República ,
RPS (Republicanos), Unión Cívica Andaluza por la República , Unión de
Juventudes Comunistas de España y Unión General de Trabajadores.
Contrariamente a lo que se ha dicho, en un intento por
desacreditar a las organizaciones progresistas, el éxito a la hora de unir a
todas estas organizaciones se debe, precisamente, al esfuerzo puesto por todas
las partes en consensuar un mismo lema que no dice “III República” sino mucho
más llanamente, “Referéndum ya”.
Según una encuesta de Metroscopia, los partidarios de una
República serían un 36%, contra un 49% (menos de la mitad) que defienden la
continuidad de la monarquía. Sin embargo, un 62% de españoles reclama que sea
cual sea su modelo de preferencia, la cuestión se someta a referéndum. En 2008,
antes de la crisis económica, sólo un 47,9% reivindicaba el derecho a decidir
sobre la jefatura del estado.
Esto supone dos cosas. En primer lugar, que sería un error
menospreciar a las fuerzas auténticamente republicanas en este país, donde en
los tres últimos años la popularidad de la monarquía ha descendido cinco
puntos, cayendo este año por vez primera a menos del 50%. En el proceso de
politización de la sociedad española tras la crisis económica, los apoyos
explícitos a la forma republicana han experimentado un alza, en paralelo con
las fuerzas políticas que reivindican la forma republicana, fuerzas que han de
ser protagonistas en el proceso de cambio social que estamos experimentando.
En segundo lugar, que estas fuerzas emergentes han
demostrado un gesto de madurez y de inteligencia a la hora de, sin renunciar en
absoluto en lo relativo a cuestiones de principio, ponerse por encima de su
propia tradición y anteponer la cuestión democrática, el derecho a decidir. ¿Y
no es esta cuestión de procedimiento la que se encuentra en el núcleo del
republicanismo español? ¿Y no casa este ideal republicano con las demandas de
una parte creciente de la sociedad, que observa acertadamente que el tema de la
democracia y de su defensa contra la involución antidemocrática como un
problema central de nuestro tiempo y la clave para salir de la crisis política
del país y abrir la transición a un nuevo modelo social y político?
Se dice con toda la razón que el eje clásico
izquierda-derecha es mucho más complejo hoy día, y que nos enfrentamos a una
situación histórica multifacética donde tienen importancia ejes como el de
arriba-abajo y viejo-nuevo. Tienen razón los que consideran que ninguno de
estos ejes debe minusvalorarse, y del mismo modo en la compleja sociedad española
también sería un error grave ignorar el eje monarquía-república hoy a la orden
del día, con el auge del republicanismo y con el desprestigio de una corona que
tiene tras de sí visibles siglos de historia en lo que respecta a recorte de
libertades y a legitimación de la hegemonía de la oligarquía y de las clases
dominantes en el reino de España.
Por ello, las izquierdas en este país deben hacer una
política nueva que no se reduzca a la suma mecánica de todos estos ejes (pero
que por oportunismo tampoco se resigne a abandonar sólidas experiencias
históricas que aún se sienten vivamente en el imaginario popular, como el hilo
de esa historia de los oprimidos a la que se refería Walter Benjamin). Y esta
política nueva supone reclamar la libertad de elegir, lo cual redunda en un
proceso de articulación de un poder popular constituyente. Es en el proceso de
articulación de dicho poder popular donde el pluralismo del nuevo sujeto
político emergente se articula hacia lo nuevo, sin oprimir las diferencias, las
culturas diversas y las tradiciones muy respetables. Los republicanos que
pelearon a lo largo de toda la historia de España, y no sólo en 1936, contra lo
que representaban los monarcas en este país, ya sabían mejor que nadie que en
la lucha por la república no se dirimía otra cosa. Y los más avanzados de
aquellos republicanos sabían también que ese poder popular constituyente debía
tender no sólo al imperio de la legalidad republicana, sino que debía mirar más
allá también hacia el comunismo de una democracia avanzada, asamblearia y
directa, aunque entre ambos términos caben infinidad de destinos históricos
donde nuestras vidas cotidianas se la juegan en serio.
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