Antonio Maillo,
Coordinador General de IULV-CA y miembro del C.C. PCA
"There is no alternative",
el eslogan atribuido a Margaret Thatcher en los años 80 del siglo pasado ha
sido el mensaje transversal, permanente y repetido una y otra vez a lo largo de
los últimos treinta años por el establishment occidental, también en España.
Aplicando el principio del adagio latino "Gutta lapidem cavat non vi sed
saepe cadendo" (La gota horada la piedra no por su fuerza sino por su
constancia en la caída), el neoliberalismo ha mantenido, como un junco, ese
lema en su actuación política.
En
cualquier conflicto, crisis o tensión ese pensamiento ha impulsado toda la
acción del sistema económico imperante: bajo la inflexibilidad, el
mantenimiento de políticas o el desarrollo de otras encaminadas a cercenar
derechos y libertades. Es la convicción (su convicción) de que se pone en
marcha, en el caso de la derecha política y cultural, por coherencia con un
nuevo modelo económico y social; y en el caso de la vencida y resignada
socialdemocracia, porque no hay otra alternativa posible.
Desde
el conflicto minero a principios de los años 80, que retratan de manera
emocionante películas como Billy Elliot o más recientemente Pride, hasta las
movilizaciones acaecidas en Grecia o España en estos últimos años, el neoliberalismo
ha mantenido ese eslogan manido de forma inflexible.
Y
ahí siguen (no hay más que escuchar a los ministros del Gobierno de Rajoy): con
una inexorable ruta puesta en marcha de forma sólida, constante, dirigida a un
modelo y una fase nueva del capitalismo en el mundo occidental y con voluntad
totalizadora universal. El acuerdo del TTIP, del TISA o la reorganización de la
OTAN como brazo ejecutor de un nuevo orden mundial son reflejo de acciones de
gran coherencia organizativa para empujar a ese nuevo modelo. Concretado en
España, asistimos a un proceso de recomposición del bipartidismo como forma de
expresión política de un modelo que pretende salir reforzado –modificado
lampedusianamente- tras las próximas elecciones generales. El régimen busca su reforma;
nosotros buscamos la ruptura.
En
este contexto, pensar que podemos embridar al capitalismo y sus monopolios, el
sistema financiero o el IBEX35, con una acción institucional que tenga en el
BOE su sostén de expresión no basta. En Grecia se ha revelado como un dilema
–propio de quienes lo plasmaron en sus tragedias en la antigüedad clásica- la
ingenuidad de pensar que un país con el 1,2% del PIB de la Unión Europea podría
negociar en igualdad de condiciones con la Troika. La experiencia griega nos debe
impulsar a elevar un principio de solidaridad –el aislamiento político, de
ausencia de gobiernos amigos, fue fundamental en la humillación al pueblo
griego- y también de responsabilidad, pues si queremos construir una
alternativa, esta debe construirse desde la alianza de futuros gobiernos
amigos.
Nuestro
país, con más 45 millones de habitantes y casi el 13% del PIB de la Unión,
puede ser determinante en la reordenación de las prioridades europeas. Por eso
se revela fundamental. Así lo vimos desde 2008 en Izquierda Unida y apostamos
por la construcción de un amplio bloque social y político que se dote de un
referente electoral para ganar las elecciones: 176 diputados y una amplia
organización de clase, del mundo del trabajo y de los sectores populares.
IU
es insuficiente para esta tarea, pero es una parte imprescindible para dotar de
discurso de clase –no sólo vinculado a opciones de radicalidad democrática- la
encarnación de un proyecto de ruptura con las políticas de estos últimos años.
Porque de eso se trata: frente a un intento de espectacularización también de
la política, que reduce el debate de la Unidad Popular a presuntas renuncias o
a una clave simplista y facilona de identidad corporativa, situamos el campo de
acción política en torno a la construcción de candidaturas unitarias que
reflejen un programa de gobierno en clave de cambio constitucional, en el que
traducir las nuevas prioridades a favor de la mayoría social; en clave de
radicalidad democrática -se hace necesario un pensamiento que vaya a la raíz
del problema-; y en clave social y política. El intento de reformar la
Constitución del 78 a través de una lectura reaccionaria y refundadora del
bipartidismo se revelará imposible si hay un bloque que haga frente a ese
"reseteamiento" del sistema.
¿Es
esto la Unidad Popular? Es evidente que no y que no estamos cerca de
construirla. Estamos aún lejos de conformar la unidad del pueblo para conseguir
de forma colectiva una vida digna. Pero es igualmente evidente que una
candidatura unitaria en estas elecciones dará un salto formidable en esa
construcción.
Se
trata de aglutinar el voto y transformarlo en poder político, de cientos de
miles, de millones de personas que han participado a lo largo de estos años –
de forma cohesionada y unitaria- en las movilizaciones, mareas, plataformas
contra el paro, la precariedad, los recortes, el pago de la deuda, el TTIP, el
derecho al aborto, la libertad sindical, ciudadana o política frente al recorte
incesante de derechos.
Tenemos
una oportunidad para convertir la marea de indignación en una marea de
esperanza si damos forma a un instrumento electoral que dé unidad a las fuerzas
políticas –y no políticas - implicadas y comprometidas en ese cambio. El
bipartidismo trata de recomponerse: el político-electoral, pero también el
mediático –una vez recompuesto el financiero y del gran empresariado. Tenemos
una oportunidad histórica ante la que debemos saber que habrá obstáculos
objetivos por parte de los sectores que dinamitarán este intento en tanto ven
en él una amenaza real a sus intereses; y obstáculos subjetivos dados por los
propios agentes llamados a formar parte del cambio.
Por
eso apelamos a la generosidad y a la flexibilidad en la organización de estos
espacios, pero a la firmeza del programa y de la estrategia, es decir:
modificar cuanto haga falta los instrumentos para que se adapten a las
necesidades del cambio pero sin concesiones ideológicas; con un programa al
servicio de las clases populares, una estrategia desde la participación
sincera, la organización popular, la honestidad política y la visión global de
una ambición: el cambio real en nuestro país.
¿Capitulación?
Es
un reto formidable, donde desde Izquierda Unida ponemos tesón y mucha
convicción política, sin caer en las provocaciones de quienes intentan
construir una capitulación política ante otros actores: se equivocan quienes
tienen la tentación de situar la esperanzadora construcción de una lista
unitaria – pesadilla, dicho sea de paso, para el Partido Popular y para el PSOE
- en una suerte de derrota organizativa.
Ni IU en Andalucía, ni
en el resto del país, va a diluir ni trocear su organización, ni su programa,
ni su aspiración histórica a contribuir a un cambio real en nuestro país,
complejo, poliédrico y de múltiples resistencias. Somos conscientes de que la
suma en política, a diferencia de las matemáticas, multiplica e IU quiere
contribuir a que esa suma se convierta en una efecto de esperanza y de
percepción de que se puede, de que no ha habido mejor oportunidad que ahora
para esa transformación. En espacios unitarios, sin duda; en el respeto a las
partes, también. En ese esfuerzo nos dejaremos la piel. Vale la pena. Porque,
en el campo de la izquierda, no hay alternativa… a la Unidad Popular.
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