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lunes, 13 de julio de 2015

La dialéctica de la Unidad Popular

Luis Felip
Licenciado en Filosofía, PCA y responsable Área Interna IULV-CA Málaga ciudad
La dispersión de la izquierda es un problema real. Precisa respuestas reales y valientes, y no se puede ignorar o menospreciar. Dichas respuestas no pueden quedarse en el cortoplacismo de lo electoral, y ahí reside la primera paradoja. No hay unidad popular sin poder popular detrás. No hay consenso y acuerdo entre organizaciones políticas si la gente no supera la dinámica tan tradicional de representantes-representados, toma el protagonismo y fuerza a que prime el interés colectivo sobre el interés particular.
1. Trabajo colectivo: centralidad de la movilización y en la organización de las comunidades
De un tiempo a esta parte, mucha gente se ha hartado de sus activismos de juventud y se ha quemado de luchar, confiando en que unas elecciones generales van a hacernos todo el trabajo. Incluso la institución o la organización parecen haberle quitado todo el prestigio al activismo, en ciertas actitudes y ciertos lenguajes. Nada más negativo. Ni más erróneo: el activista que da en la medida de sus posibilidades sin recibir nada a cambio es el pilar de toda política transformadora, es el mayor tesoro de una sociedad y es la figura que más prestigio debería tener para nosotros. Y sin estas personas, sin su capacidad para organizar lo que hay más allá de las estructuras partidarias, nada en la calle se puede mover. Y si no se mueve la calle, no somos capaces de marcar la agenda política y de introducir elementos de discurso que calen en la sociedad a medio y largo plazo. Ninguna fuerza política, por muchas ruedas de prensa que ofrezca, puede conseguir lo que el 15-M logró a base de movilización comprometida, entrega desinteresada y optimismo en la capacidad de la gente para autoorganizarse desde abajo. La movilización hace posible confluencias en lo concreto, aporta nuevos activistas, forma políticamente y sobre todo, cuando es real, nos permite ilusionarnos y recuperar la confianza en que las cosas salen bien si se fundamentan en el trabajo colectivo.
Por esto mismo, la primera tarea que tenemos que emprender es el fortalecimiento de los movimientos unitarios, desde el respeto a su autonomía. No se trata de ganar elecciones recogiendo a tal o cual individuo emblemático e invitándole a formar parte de listas electorales. Falta formación de activistas. Faltan espacios amables, interesantes, eficaces y atractivos, donde la gente pueda implicarse de manera activa en la vida de sus comunidades. Este espíritu cívico es la base de una sociedad fuerte, donde lo colectivo tenga capacidad de respuesta y donde las organizaciones políticas puedan estar controladas por la sociedad. Donde el debate público sea tan fuerte, que no dependa de los partidos determinar la agenda política. Y para esto, necesitamos movimientos y comunidades.
2. Alianzas sociales mayoritarias
Nadie en la izquierda está negando la necesidad de fundamentar el cambio político en alianzas sociales amplias. Posicionarse en la izquierda no se puede confundir, interesadamente, con enrocarse en lo ideológico o en posiciones minoritarias. Significa en primer lugar que se asume la lucha política como una lucha de posiciones por la hegemonía, donde los principios ideológicos son una parte importante (aunque no la única). Pero significa también voluntad de articular consensos mayoritarios. En la actualidad la izquierda necesita tener clara una política de alianzas que se base en el diálogo con los movimientos sociales, con las minorías, con los excluidos de todo tipo, con esa multitud anómala que es la diversidad inabarcable del cuerpo social. No se trata de confluencias entre “cabezas de ratón”, sino del reconocimiento de que democracia es pluralidad y de que el instrumento político debe trasladarla en un esquema pluralista. Eso significa que la alternativa no es el vacío espacio “atrápalotodo”, sino el lugar donde cada cual se mira y se siente reflejado. La alternativa es multipolar, es un monstruo de mil cabezas: joven y mayor, mujer y obrero, y mil y una categorías que serían demasiado específicas para enumerarlas aquí.
Ante todo, la alternativa también es de izquierdas (¡pero no únicamente!) porque debe identificar dónde está la centralidad del conflicto social y cuál es el eje fundamental sobre el que pivotan todas las demás cuestiones (lo viejo y lo nuevo, la forma del Estado, las relaciones con la Unión Europea…). Tras una crisis económica como la que venimos soportando, tras una situación de degradación social, aparece ahora un fenómeno que será central para el país en las próximas décadas: la mayoría de trabajadores precarios que van de trabajo en trabajo y  de ahí a largas temporadas en el desempleo; la creciente oleada de trabajadores pobres que ni siquiera pueden cubrir sus necesidades por medio de la explotación de su trabajo.
Esta es la nueva mayoría social, un polo de pobreza que hasta ahora se consideraba marginal –lo que justificaba que las alternativas de izquierda que buscaban el gobierno debían “girar al centro” y apelar a la mayoría de “clase media” o como la llama Pedro Sánchez, “clase media trabajadora”. Esta nueva mayoría de precarios, con la que nos identificamos cada vez más una parte creciente de la sociedad (especialmente mujeres y juventud) necesita de una representación política. Y debe verse reflejada de nuevo por una política que recupere la centralidad de lo económico y del conflicto de clase. Pero donde las contradicciones generacionales o de género, por empezar por las más obvias, tengan también un reflejo igual o incluso más importante. Dado que son las circunstancias concretas las que vivimos y nos parecen prioritarias, en la espontaneidad del mundo ideológico donde habitamos.
3. La unidad popular
Nadie por sí solo puede cambiar las cosas. Por definición, los cambios sociales provienen de factores múltiples: la economía, el contexto internacional, las relaciones entre fuerzas políticas y el sistema electoral, el clima social, la articulación de los movimientos de base… por mencionar algunos. Por eso la alternativa que se articule debe ser plural, no debe encajonarse en las siglas o en los lemas de un solo partido o de un solo movimiento. Hace falta un consenso amplio, una política aglutinadora de mayorías amplias, y eso se consigue planteando alianzas democráticas de base popular. Es el momento de un “compromiso histórico” que ponga en orden las cosas, que acabe con las tendencias suicidas y autodestructivas. Que sume y que construya una alternativa pluralista donde todos nos sintamos cómodos, ignorando filias y fobias. Y que ponga por delante no las mesas camilla donde se pactan listas electorales o se arreglan hojas de ruta prefijadas, sino la honestidad y la transparencia del trabajo colectivo.
Necesitamos dialéctica. No nos vale el electoralismo vacío que sólo puede desmovilizar a a gente y convertirnos en ciudadanos pasivos. Pero tampoco nos vale el hiperactivismo que considera lejana la toma  del poder político porque “no se dan las condiciones” (radicalismo que se convierte en un neo-kautskysmo encubierto). Hace falta organizarse en espacios de unidad popular que tengan una pata en la calle y otra en lo electoral, y hay que trabajar para reforzar ambas, porque por separado son insuficientes.
12 de julio de 2015


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