Luis Felip
Licenciado en Filosofía, PCA y responsable Área Interna IULV-CA Málaga ciudad
La
dispersión de la izquierda es un problema real. Precisa respuestas reales y
valientes, y no se puede ignorar o menospreciar. Dichas respuestas no pueden
quedarse en el cortoplacismo de lo electoral, y ahí reside la primera paradoja.
No hay unidad popular sin poder popular detrás. No hay consenso y acuerdo entre
organizaciones políticas si la gente no supera la dinámica tan tradicional de
representantes-representados, toma el protagonismo y fuerza a que prime el
interés colectivo sobre el interés particular.
1. Trabajo colectivo: centralidad
de la movilización y en la organización de las comunidades
De
un tiempo a esta parte, mucha gente se ha hartado de sus activismos de juventud
y se ha quemado de luchar, confiando en que unas elecciones generales van a
hacernos todo el trabajo. Incluso la institución o la organización parecen
haberle quitado todo el prestigio al activismo, en ciertas actitudes y ciertos
lenguajes. Nada más negativo. Ni más erróneo: el activista que da en la medida
de sus posibilidades sin recibir nada a cambio es el pilar de toda política
transformadora, es el mayor tesoro de una sociedad y es la figura que más
prestigio debería tener para nosotros. Y sin estas personas, sin su capacidad para
organizar lo que hay más allá de las estructuras partidarias, nada en la calle
se puede mover. Y si no se mueve la calle, no somos capaces de marcar la agenda
política y de introducir elementos de discurso que calen en la sociedad a medio
y largo plazo. Ninguna fuerza política, por muchas ruedas de prensa que
ofrezca, puede conseguir lo que el 15-M logró a base de movilización
comprometida, entrega desinteresada y optimismo en la capacidad de la gente
para autoorganizarse desde abajo. La movilización hace posible confluencias en
lo concreto, aporta nuevos activistas, forma políticamente y sobre todo, cuando
es real, nos permite ilusionarnos y recuperar la confianza en que las cosas
salen bien si se fundamentan en el trabajo colectivo.
Por
esto mismo, la primera tarea que tenemos que emprender es el fortalecimiento de
los movimientos unitarios, desde el respeto a su autonomía. No se trata de
ganar elecciones recogiendo a tal o cual individuo emblemático e invitándole a
formar parte de listas electorales. Falta formación de activistas. Faltan
espacios amables, interesantes, eficaces y atractivos, donde la gente pueda
implicarse de manera activa en la vida de sus comunidades. Este espíritu cívico
es la base de una sociedad fuerte, donde lo colectivo tenga capacidad de
respuesta y donde las organizaciones políticas puedan estar controladas por la
sociedad. Donde el debate público sea tan fuerte, que no dependa de los
partidos determinar la agenda política. Y para esto, necesitamos movimientos y
comunidades.
2. Alianzas sociales mayoritarias
Nadie
en la izquierda está negando la necesidad de fundamentar el cambio político en
alianzas sociales amplias. Posicionarse en la izquierda no se puede confundir,
interesadamente, con enrocarse en lo ideológico o en posiciones minoritarias.
Significa en primer lugar que se asume la lucha política como una lucha de
posiciones por la hegemonía, donde los principios ideológicos son una parte
importante (aunque no la única). Pero significa también voluntad de articular
consensos mayoritarios. En la actualidad la izquierda necesita tener clara una
política de alianzas que se base en el diálogo con los movimientos sociales,
con las minorías, con los excluidos de todo tipo, con esa multitud anómala que
es la diversidad inabarcable del cuerpo social. No se trata de confluencias
entre “cabezas de ratón”, sino del reconocimiento de que democracia es
pluralidad y de que el instrumento político debe trasladarla en un esquema
pluralista. Eso significa que la alternativa no es el vacío espacio
“atrápalotodo”, sino el lugar donde cada cual se mira y se siente reflejado. La
alternativa es multipolar, es un monstruo de mil cabezas: joven y mayor, mujer
y obrero, y mil y una categorías que serían demasiado específicas para
enumerarlas aquí.
Ante
todo, la alternativa también es de izquierdas (¡pero no únicamente!) porque
debe identificar dónde está la centralidad del conflicto social y cuál es el
eje fundamental sobre el que pivotan todas las demás cuestiones (lo viejo y lo
nuevo, la forma del Estado, las relaciones con la Unión Europea…). Tras una
crisis económica como la que venimos soportando, tras una situación de
degradación social, aparece ahora un fenómeno que será central para el país en
las próximas décadas: la mayoría de trabajadores precarios que van de trabajo
en trabajo y de ahí a largas temporadas
en el desempleo; la creciente oleada de trabajadores pobres que ni siquiera
pueden cubrir sus necesidades por medio de la explotación de su trabajo.
Esta
es la nueva mayoría social, un polo de pobreza que hasta ahora se consideraba
marginal –lo que justificaba que las alternativas de izquierda que buscaban el
gobierno debían “girar al centro” y apelar a la mayoría de “clase media” o como
la llama Pedro Sánchez, “clase media trabajadora”. Esta nueva mayoría de
precarios, con la que nos identificamos cada vez más una parte creciente de la
sociedad (especialmente mujeres y juventud) necesita de una representación
política. Y debe verse reflejada de nuevo por una política que recupere la
centralidad de lo económico y del conflicto de clase. Pero donde las
contradicciones generacionales o de género, por empezar por las más obvias,
tengan también un reflejo igual o incluso más importante. Dado que son las
circunstancias concretas las que vivimos y nos parecen prioritarias, en la
espontaneidad del mundo ideológico donde habitamos.
3. La unidad popular
Nadie
por sí solo puede cambiar las cosas. Por definición, los cambios sociales
provienen de factores múltiples: la economía, el contexto internacional, las
relaciones entre fuerzas políticas y el sistema electoral, el clima social, la
articulación de los movimientos de base… por mencionar algunos. Por eso la
alternativa que se articule debe ser plural, no debe encajonarse en las siglas
o en los lemas de un solo partido o de un solo movimiento. Hace falta un
consenso amplio, una política aglutinadora de mayorías amplias, y eso se
consigue planteando alianzas democráticas de base popular. Es el momento de un
“compromiso histórico” que ponga en orden las cosas, que acabe con las
tendencias suicidas y autodestructivas. Que sume y que construya una
alternativa pluralista donde todos nos sintamos cómodos, ignorando filias y
fobias. Y que ponga por delante no las mesas camilla donde se pactan listas
electorales o se arreglan hojas de ruta prefijadas, sino la honestidad y la
transparencia del trabajo colectivo.
Necesitamos
dialéctica. No nos vale el electoralismo vacío que sólo puede desmovilizar a a
gente y convertirnos en ciudadanos pasivos. Pero tampoco nos vale el hiperactivismo
que considera lejana la toma del poder
político porque “no se dan las condiciones” (radicalismo que se convierte en un
neo-kautskysmo encubierto). Hace falta organizarse en espacios de unidad
popular que tengan una pata en la calle y otra en lo electoral, y hay que
trabajar para reforzar ambas, porque por separado son insuficientes.
12
de julio de 2015
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