Luis Felip
Doctor
en Filosofía, del PCA y responsable del Área Interna de IULV-CA de Málaga
ciudad
Ayer
desde las seis de la tarde se celebró la primera asamblea de Ahora en Común en
Málaga, en el local que comparten Equo y Podemos en Málaga Oeste. El aire
acondicionado no daba más de sí, pero las más de ciento cincuenta personas que
allí nos agolpábamos podíamos con todo. No veíamos una asamblea tan potente
desde hacía un año. Y esto no es nada, comparado con lo que puede ser la
asamblea que va a tener lugar el 25 de julio y que va a ser convocada de manera
simultánea con asambleas por todo el Estado. Si se trabaja bien, es posible que
nos encontremos con un fenómeno en lo electoral equiparable a las Marchas de la
Dignidad. Estoy convencido de que esta vez nadie, por fobias o egos, va a
empeñarse en negar la autenticidad de este acontecimiento.
Las
intervenciones causaban muy buena sensación. Se apuntaba a lo positivo. No se
quería polemizar contra nadie, ni se crearon debates falsos que sólo podrían
generar divisiones. Se habló menos de qué somos y más de qué íbamos a hacer. No
se habló de dejar fuera a las organizaciones, pero sí de desbordarlas a través
del poder popular, de la participación abierta y de la extensión territorial a
los barrios y a los municipios, cuestiones que deben ser prioritarias de aquí
en adelante. Se habló de programas: de lo fácil que era reconocer las
prioridades de la gente, los problemas reales que tenemos (el TTIP o la Ley
Mordaza, entre los más evidentes), de lo sencillo que es tener un programa
común de mínimos a partir de los programas electorales que están hechos, y empezar
a construir desde ahí de manera participativa desde abajo. Y lo más importante,
se habló con amabilidad y sin reproches. Y se habló de no reeditar errores del
pasado.
Cierro
la parte de la crónica, porque no pretendía hacer un acta de los acuerdos. El
que se hizo cargo de la misma ya nos la hará llegar. A día de hoy, en Ahora en
Común queda pendiente concretar las prioridades, que en un primer contacto
deberían ser dos: aterrizar la propuesta al territorio, y hacerlo con
horizontalidad.
1. La síntesis territorial
La
naturaleza de unos comicios generales abre posibilidades reales de cambio que
no nos imaginaríamos a priori. En las elecciones municipales teorizábamos que
el municipio es la administración más cercana, y recordábamos que en este país
de “meras” elecciones municipales habían nacido grandes transformaciones
sociales y políticas. Pero no olvidemos que llevamos todo un ciclo electoral
donde lo general está sublimándose en todas las contiendas particulares. Todo
lo que se mueve está condicionado por el escenario político general. Las
generales son el conflicto principal (en lo electoral), y la gente le tiene
ganas. Pero aparte de ello, la naturaleza de un proyecto horizontal como Ahora
en Común, junto con la oleada de indignación social que bulle por todas partes,
está haciendo posible romper con un mito: el mito de que lo general es más
lejano y menos participativo que lo local.
La
federalidad del proyecto de Ahora en Común, su referencia en un marco común en
el conjunto del Estado, abre enormes posibilidades. Porque por una parte se
superan las tendencias centrípetas y cantonalistas que siempre subyacían en
mayor o menor medida como una tentación de las candidaturas municipalistas (el
refugio en el municipio como lugar de “autonomía”, algo irreal en el marco del
Estado español, donde el municipio se halla condicionado por las diputaciones,
las comunidades autónomas y el gobierno central). Por otra parte, la unidad en
la diversidad garantiza que la alternativa federalista no se consigue por la
vía del centralismo jacobino, que es la tentación opuesta que subyace también,
inevitablemente, en aquellas estrategias orientadas al asalto electoral del
Congreso de los Diputados…
La
circunscripción es provincial, y la organización de Ahora en Común en Málaga debe
ser provincial, abarcando más allá de las inercias de la capital. Eso significa
algo que resulta trascendental en el marco de la izquierda: debemos trabajar la
síntesis territorial entre la capital, las grandes ciudades y los pequeños
municipios de la provincia. Eso es algo que en Izquierda Unida no habíamos
conseguido hasta ahora, especialmente por carecer de un perfil y de un discurso
atractivo, orientado al votante urbano. El espejo en el que nos miramos, las
candidaturas unitarias municipales de Madrid,
Barcelona o Zaragoza, nos ha marcado el camino de la alternativa en las grandes
ciudades donde el voto es más volátil y el perfil es más “urbano”. Pero ahora
el reto está en la capacidad para superar las dinámicas entre grandes
municipios y provincia.
Esta
es la pata que faltó en otros procesos unitarios (como fue, desgraciadamente,
el caso en Ganemos Málaga). Pero en Madrid o Barcelona, las candidaturas de
Unidad Popular supieron canalizar muy pronto la ilusión hacia los barrios
populares, sacando las asambleas programáticas a los barrios y construyendo
espacios de empoderamiento que tuvieron
una gran acogida. Ahora hay que darle
una vuelta: y del “ahora a los barrios” que nos decíamos en las horas finales
del 15M debemos pasar a un “ahora a los municipios”, algo que inaugura algo que
no habíamos visto hasta estas elecciones generales: una perspectiva provincial
en el sujeto del cambio, una articulación provincial de los procesos de Unidad
Popular, que a su vez se inserta en un marco federal.
2. La construcción de poder popular
En
el plano electoral, estamos ante un momento histórico de vértigo. Es totalmente
cierto que la dialéctica viejo-nuevo se impone en muchos casos sobre
dialécticas más clásicas como izquierda-derecha. Pero oponer ambas es un error
de bulto (el error que, si nada lo remedia, va a cometer Podemos). No porque
prime la izquierda como algo viejo e inmutable a todo. Sino porque en este
momento que vivimos, se deja de ser nuevo muy pronto. Pero ¿no es eso lo más
viejo del mundo? Por lo menos desde Heráclito, la mitad de la historia de la
filosofía ha sido la afirmación de esta evidencia dialéctica (y la otra mitad,
su negación).
Es
cierto que en muchos aspectos los izquierdistas tendemos a ser muy críticos con
las novedades; nos desmadramos en tanto que “intelectuales orgánicos de nuestra
clase” y se nos pega de los clásicos esa sospecha filosófica respecto de toda
“moda” o todo imperativo ideológico hegemónico. Pero al cabo, si en algo somos
vieja izquierda, tan vieja como Heráclito, es en que tenemos la capacidad para
poner nuestros deseos de cambio en un punto del porvenir, y en movernos
permanentemente hacia ese punto.
Que
a cada convocatoria electoral surja un nuevo “sujeto del cambio” es
enloquecedor. Pero es un reflejo de que la gente está pidiendo mucho más de lo
que se les está ofreciendo. Que hay un empuje social que fuerza a la
transformación de las estructuras organizativas y de las instituciones. Ante
ese empuje, lo que ayer era nuevo corre el riesgo de envejecer muy pronto, ante
todo porque entre lo electoral y lo social hay una contradicción permanente que
es la seña de identidad de estos tiempos turbulentos (y algo de esto saben los
compañeros en Grecia). Lo que demanda la gente es fidelidad a ese empuje. Y ese
empuje que también es muy viejo, tan viejo como el primer revolucionario de la
historia, se llama poder popular. Y si nunca lo habíamos practicado hasta
ahora, es un buen momento para ponerse a aprender.
14
de julio de 2015
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