150 años de la
publicación de 'El Capital' de Karl Marx. 100 años de la Revolución
Rusa. 80 años de la muerte de Antonio Gramsci. Y casi una década de
una de las mayores crisis económicas y políticas que han conocido
Europa y, particularmente, España. El coordinador federal de IU,
Alberto Garzón (Logroño, 1985), ha publicado en este contexto un
libro de un título que puede sorprender a muchos: Por qué soy
comunista. El diputado expone sus motivos para defender unas
tesis económicas y políticas centenarias pero que, sostiene,
explican a la perfección la depresión que ha azotado al llamado
Primer Mundo desde 2008.
Garzón repasa en esta
entrevista la tradición política que sustenta el partido que
dirige. Pero no solo. También cómo esta debe adaptarse a los nuevos
tiempos, a la nuevas estructuras que depara el capitalismo, a la
"terciarización" de la economía y al gran reto: articular
a unas "clases populares" que a ratos sustituyen como
sujeto político a la más clásica "clase obrera".
Esas clases populares
serán las principales damnificadas de una hipotética independencia
de Catalunya de cuyos promotores Garzón "sospecha". Y
advierte: "La independencia de Catalunya no va a permitir a las
clases populares vivir mejor ni emanciparse del capitalismo".
Dice en la
presentación del libro que 2017 es un año perfecto para publicar
este libro. ¿Por qué?
Lo es por el conjunto de
efemérides de este año. 100º aniversario de la Revolución Rusa,
el 80º aniversario de la muerte de Gramsci y el 150º aniversario de
la publicación de 'El Capital'. Pero sobre todo lo es porque vivimos
en un momento político extraordinariamente convulso con procesos y
fenómenos sociales de enorme trascendencia y largo recorrido.
Vivimos en un mundo mucho más ajetreado y convulso que el que se
vivía en las economías más desarrolladas en los 70 o los 80 del
siglo pasado.
Cuando afrontamos
preguntas fundamentales como por qué crece la extrema derecha, por
qué la izquierda no es capaz de llegar a las clases populares con la
fuerza con la que debería,; por qué asistimos a una crisis política
derivada de una crisis económica, cómo ha cambiado la estructura de
clase de nuestras sociedades y cómo está en la base de todos estos
fenómenos. La mejor herramienta para responder a estas preguntas es
la perspectiva marxista.
¿Cómo se actualiza
el término "comunista"? ¿Cómo se descarga de las
connotaciones negativas que ha adquirido?
Lo primero es tener una
perspectiva rigurosa de lo que ha sido el comunismo como ideal
movilizador de las masas. La idea comunista ha sido por la que la
gente se ha movido en favor de los derechos sociales en todas las
partes del mundo. Las naciones emancipadas en los procesos
descolonizadores, la lucha por el sufragio universal y de los
derechos civiles como el derecho al trabajo o a la huelga. Es más,
de una forma bastante evidente la democracia tal y como la conocemos
es el producto del empuje de la clase obrera bajo el ideal del
comunismo y del socialismo. El liberalismo del siglo XIX y del XX
eran restringidos, no era democrático porque entendían que la
democracia podía trastocar el sistema de propiedad. Para eso estaba
el sufragio censitario que impedía que las clases populares pudieran
votar porque temían que votaran comunismo.
Una vez que entendemos
que el comunismo está detrás de esos procesos movilizadores también
tenemos que comprender que el comunismo ha tenido sus pasajes negros
que mucha gente ha puesto encima de la mesa. Se han hecho muchas
barbaridades en nombre del comunismo que no deben afectar a lo que es
la propia idea del comunismo o a personas como Marx que no tienen
responsabilidad sobre esos hechos. A nadie se le ocurriría culpar a
Jesucristo de las barbaridades de la Iglesia católica.
Pero es verdad que la
palabra está, especialmente en nuestro país, connotada
negativamente por las estructuras de poder. El comunismo ha sido
desde el principio de los tiempo la bestia negra que combatían las
clases propietarias, lo que hoy llamaríamos oligarquías. Son los
que han construido el ideal del fantasma del comunismo más allá de
la retórica que aparecía en 'El Manifiesto'. En España el
comunismo tenía muy poca penetración y aún así gente como Cánovas
del Castillo lo demonizaba. Esto ha llegado a la actualidad también
gracias a un régimen franquista que decía combatir especialmente al
comunismo.
Tenemos que ser
conscientes de que es una idea que ha sido criminalizada
especialmente desde la caída del Muro de Berlín cuando el combate
cultural se hizo muy desigual. La misión que tenemos es resignificar
el comunismo como hemos resignificado otras cosas. Para eso hay que
ser valientes y decir con tranquilidad "yo soy comunista".
¿Es una democracia
representativa como la española el ideal que conjugaría con un
modelo comunista? ¿Es un paso intermedio?
Este es uno de los
elementos centrales de la disputa que siempre ha habido dentro del
comunismo y lo intento analizar en el libro recurriendo a los textos
de Marx, de Engels y otros autores más actuales. La democracia
representativa que nosotros conocemos fue para muchos de los autores
socialistas al principio un instrumento para alcanzar los derechos
sociales. Marx tenía mucha fe depositada en que la democracia
representativa pudiera ser inmediatamente la expresión del deseo de
la mayoría. Creían que la clase trabajadora se iba a convertir
tarde o temprano en la mayoritaria y en unas elecciones se podría
expresar esa mayoría. Se pensaba que habría cierto automatismo e
ingenuidad en un planteamiento del que nace el concepto de 'dictadura
del proletariado', que es la democracia de la mayoría.
Con el tiempo se descubre
que el proletariado tal y como se entendía entonces de forma
intuitiva, entendido como el obrero del mono azul, no conformó nunca
la mayoría de la población. Por eso se tuvo que hacer alianzas con
otras clases. Todo esto se analiza en el libro para concluir que en
el socialismo tal y como yo lo concibo los derechos políticos son
indisociables de los derechos sociales. La democracia representativa
procedimental de unas elecciones con el concurso competitivo de
distintos partidos tiene que ser complementario y necesariamente no
puede estar desconectado de la consecución de los derechos sociales.
No se puede hablar de
democracia solo por que haya elecciones si lo que hay es ausencia de
derechos fundamentales o privaciones materiales. La democracia
participativa debe estar acompañada de la democracia sustantiva,
pero se deben la una a la otra.
Ese es uno de los errores
que cierta izquierda cometió porque abandonó una idea de la
Ilustración, que es entender que los derechos políticos y civiles
eran una demanda de los movimientos obreros. Pero en determinados
momentos históricos esto se abandonó, como en la Unión Soviética
por contextos históricos muy particulares.
En el libro dice que
la crisis desatada en 2008 ha dado la razón a Marx. ¿En qué? ¿Cómo
entronca esta crisis con un libro que tiene 150 años?
El marxismo es una
configuración posterior a Marx. Él mismo llegó a decir que no era
marxista a tenor de lo que decían algunos que sí se calificaban así
y con los que no estaba de acuerdo. Marx lo que construye es un
sistema teórico que está en construcción y que no puede ser una
doctrina. Quienes han intentado limitar y cerrar el discurso de Marx
han sido ejercicios posteriores para vulgarizar un trabajo que es
denso y complejo, como es el caso de 'El Capital'.
No se trata de que Marx
tenga o no razón al completo. Su principal contribución es que Marx
es capaz de buscar en las profundidades del sistema económico para
entender cómo funciona realmente. Autores como Adam Smith o David
Ricardo decían que el proceso económico era lo que se ve en la
superficie, pero Marx dice que detrás de eso está la explotación,
que es el eje central por el que funciona el capitalismo. Así el
capitalismo funciona por la lógica de la ganancia lo que tiene una
serie de consecuencias estudiadas en 'El Capital', un libro denso y
con complicaciones importantes.
150 años después,
tenemos una crisis capitalista en la que podemos entender fenómenos
como la deslocalización de empresas, las bajadas salariales o las
reformas laborales. Procesos económicos que parecen ajenos a lo
escrito por Marx pero que están perfectamente descritos en 'El
Capital' porque aunque el capitalismo ha tenido modificaciones
superficiales no ha cambiado tanto. Esa base de análisis es
fundamental para entender fenómenos que vemos día a día.
El libro se lo dedica
a Marcos Ana y a Julio Anguita, a quien le dice "porque eran
gigantes y no molinos". ¿IU y el PCE también tenían razón en
los años 90 del siglo pasado cuando criticaban Maastricht y hoy, 30
años después, se les da la razón a quienes alertaban de los
riesgos de la arquitectura económica europea?
Evidentemente. Hay que
comprender que el ciclo político funciona de forma mucho más lenta
e inmediata que el ciclo económico. En los 90 IU, encabezada por
Anguita pero con un potente equipo de economistas detrás, investigó
las tendencias del capitalismo en esa fase concreta, la arquitectura
institucional de la UE, lo que va a ser el posterior proyecto del
euro y llegan a determinadas conclusiones. Esos análisis se hacen a
la luz del enfoque marxista y llegan a la conclusión de que es un
sistema que contiene determinadas fallas que tarde o temprano van a
producir un efecto devastador sobre las clases trabajadoras en
España. Y es un análisis correcto que si lo revisamos hoy vemos que
está fundamentado y es riguroso.
Pero el ciclo político
dura cuatro años y el económico no se puede saber. En 20 años ha
habido muchas elecciones por medio y el castigo electoral a IU fue
muy fuerte. Un castigo que estuvo mediatizado por esa
caricaturización que hacían algunos poderes económicos y
mediáticos, como El País o Los Guiñoles de Canal+, en el que
Anguita salía peleando contra los molinos pensando que eran
gigantes. Era la forma de ese periodismo y esa intelectualidad
progresista 'mainstream' de decir que el análisis de IU era una
tontería. Con el tiempo se ha descubierto que no era una tontería
sino que estaba fundamentado.
Evidentemente, el poder
económico tuvo mayor capacidad de atacar a IU y venció, no podemos
negarlo, y las consecuencias son evidentes.
Decía antes que Marx
pensaba que en una elecciones la clase trabajadora tomaría el poder
por acumulación. Pero no ocurrió. Tampoco ocurre ahora. Usted apela
habitualmente a esas clases populares a las que supuestamente
representan. ¿Por qué no se logra?
Hemos vivido durante
muchos años bajo la hegemonía de la idea de que no hay clases
sociales y que la clase no importa. En el libro yo intento contribuir
a la idea de que claro que importa y que nacer en una determinada
familia y en un ámbito productivo o territorial influye en la
distribución de recursos que vas a tener en tu vida. No es lo mismo
nacer en el Barrio de Salamanca de Madrid que en otro. En Barcelona
la diferencia de esperanza de vida entre el barrio más rico y más
pobre es de ocho años.
La clase social es un
producto de la tendencia del capitalismo y de la práctica política.
La tendencia del capitalismo promueve cambios en la estructura social
y las clases cambian. En una estructura productiva con mucha
industria hay una gran cantidad de trabajadores industriales, en una
economía terciarizada con un sector servicios muy heterogéneo hay
una distribución diferente y más difícil de articular. Lo que
nunca sucedió fue lo que esperaban Marx, Kautsky y otros, que
preveían una polarización entre capitalistas y proletariados. Y lo
que hubo fue el mantenimiento de algo que se llamó clase media que
complejizó toda esa realidad.
La definición de qué es
la clase trabajadora está en disputa, pero lo más relevante es la
práctica política y es en lo que intento centrarme en el libro. La
clase es un proceso en construcción, no una entidad o un hueco que
está en el sistema capitalista. Se puede ser un trabajador
industrial sin conciencia de clase, lo que en terminología de Marx
sería pasar de 'la clase en sí' a 'la clase para sí'. Eso es una
evidencia cuando vemos que el 30% de las personas sin ingresos en
España votan al PP. ¿Cómo se cambia? Con práctica política. La
clase trabajadora no se va a convertir de repente al socialismo.
Tenemos que articular a los sectores más golpeados por la crisis.
Este es el reto de la izquierda. Y mientras no lo hagamos ese espacio
lo ocupan otras formaciones o movimientos políticos. Ahí es donde
la extrema derecha ha sido capaz de penetrar en esos sectores
populares.
En España ahora todo
pasa por Catalunya. ¿Cómo se afronta un conflicto así desde la
visión comunista? ¿Cómo se relaciona hoy el comunismo con el
independentismo?
Desde el punto de vista
meramente teórico no hay un punto de referencia común. Marx
defendió de forma instrumental el derecho de autodeterminación de
Polonia. Sobre Irlanda, primero lo negó y luego lo afirmó. Marx
también escribió con Engels aquella famosa frase de "proletarios
del mundo, uníos". Y en la tradición marxista hay
prácticamente de todo. Lenin defiende el derecho de
autodeterminación pero de forma instrumental y Rosa de Luxemburgo es
todo lo contrario, absolutamente reacia. Los más hábiles e
inteligentes son lo austromarxistas que hacen investigaciones más
precisas. Pero no vamos a encontrar en la teoría más que
determinadas herramientas que arrojen algo de luz porque está
plagada de economicismo.
Para mí lo primero es
entender que la construcción de una nación es una construcción
social. La nación no existe como un elemento material. Hay quien se
siente catalán y quien se siente de otra nación. Nosotros
defendemos un país plurinacional pero eso implica, y una parte de la
izquierda lo olvida, que eso implica que existe una nación catalana
pero también una nación española. No se puede decir simplemente
que España es una cárcel de pueblos, sino que integra determinadas
concepciones e identidades nacionales que a veces están en
conflicto.
¿Cuál es el
principal peligro del proceso en su opinión?
Yo no soy nacionalista y
no me identifico con ninguna versión nacionalista de la historia por
muy a la izquierda que esté. Creo que el proceso independentista
catalán es erróneo porque la independencia de Catalunya no va a
permitir a las clases populares catalanas vivir mejor ni les va a
permitir emanciparse del capitalismo. Cualquiera que lea la Ley de
Transitoriedad pactada por Puigdemont con ERC y la CUP se da cuenta
de que estamos ante la separación de una de las partes más ricas
del Estado. Y cuando el derecho de autodeterminación lo exigen las
partes más ricas hay que tener un elemento de sospecha.
Este proceso está
demostrando otro error de la historia y es que un nacionalismo llama
a otro de signo contrario. El rebrote nacionalista español es
producto a su vez del rebrote del catalán, que a su vez lo era de
forma dialéctica con el español promovido hace mucho tiempo por las
estructuras del conjunto del Estado. Esto nos conduce a un escenario
en el que no se debate de los elementos materiales y sociales. Se ha
ocultado todo lo que tiene que ver con la corrupción, con la
sanidad, la educación, el desempleo y la precariedad. Todo ha pasado
un segundo plano. Y ves cómo aquellos que se movilizaban en
Catalunya a favor de la educación pública y eran golpeados por los
Mossos d'Esquadra de repente están haciendo una movilización a
favor de los mismos mossos en un contexto en el que los que se lo
están llevando a su terreno son los de siempre.
¿Cómo se resuelve el
conflicto?
Tenemos que ser capaces
de articular un ideal de "no queremos banderas, queremos
trabajo" y abrir una brecha con una visión pragmática del
Estado. No se puede negar como hace la derecha, incluyendo al PSOE en
su concepción del Estado, que hay un problema en Catalunya en el que
hay que apostar por una solución política. Y esa solución viene
por una República federal, que es lo que mejor encaja con la
tradición real y práctica del socialismo en España. El socialismo
en España llega fundamentalmente a través del anarquismo, que era
fundamentalmente 'proudhoniano', de autogestión. Por eso eran muy
federalistas. Además, la burguesía radical, como Pi i Margall,
también era federalista.
El movimiento obrero nace
de ese movimiento radical burgués del republicanismo junto con las
tendencias anarquistas. Por eso un gaditano como Fermín Salvochea
defendía una república federal y que permitía el derecho de
autodeterminación en Catalunya. Eso es lo que yo creo que tenemos
que recuperar, una concepción solidaria de los pueblos para
construir un Estado federal que diga 'no' a la independencia pero
también 'no' a una versión reaccionaria de unidad homogénea de
España.